El Güero Téllez parecía sacado de una novela de detectives: de figura alta y delgada, le gustaba usar sombrero de ala ancha y siempre traía un cigarro colgado precariamente de la comisura de sus labios…
Ni el sombrero ni el cigarro dejaba al momento de escribir. Eran parte de él, como lo era también su inseparable máquina portátil en la que, por más de cuatro décadas, escribió a detalle las historias policiacas más espeluznantes de nuestro país.
Terremotos, asesinatos, accidentes… ahí siempre estaba él, Eduardo Téllez Vargas, mejor conocido como el Güero Téllez, para llevarse la exclusiva, casi a cualquier precio.
Así lo hizo con los crímenes perpetrados por Gregorio Goyo Cárdenas -El Estrangulador de Tacuba-, con el asesinato de Ramón Gay a manos de José Luis Paganoni, esposo de Evangelina Elizondo, al suponer que esta lo engañaba con el actor, y con una de sus mejores coberturas: el “Caso Trotsky” que, además de México, se publicó en el London Times, lo que lo catapultó a la gloria periodística.
En esos días corría el año 1940 y el Güero Téllez llevaba ya una década como reportero. A partir de entonces no realizó más que crónicas impecables que están reunidas en el ahora clásico libro El Güero Téllez. ¡Reportero de policía!, publicado hace 40 años, en 1982, pero que por fortuna ha sido reeditado en varias ocasiones y es posible conseguirlo en librerías.
Cronista del México trágico
Se trata de una narración en primera persona en el que el mismo Téllez recuerda sus experiencias periodísticas en el periódico El Universal. El relato es producto de una larga charla que sostuvo durante varios encuentros con el también periodista José Ramón Garmabella.
¿El resultado? Una muestra sorprendente del talento de Téllez y un recorrido por los más temibles criminales que dicen mucho de los violentos tiempos que se vivían entonces.
“No se puede escribir la historia de una ciudad si antes no se dedica un capítulo entero a su historia criminológica. Dallas se relaciona con el asesinato de John F. Kennedy; Chicago con Al Capone y Eliot Ness; Nueva York con John Lennon; Londres con Jack el Destripador; y claro que México no podía ser la excepción”, explica Garmabella.
Agrega: “El libro intenta recuperar esa memoria histórica y recordar que antes se hacía un periodismo con más historias. El Güero tenía un estilo barroco, pero que lograba atrapar a los lectores.
“Sólo a él se le ocurrió escribir, por ejemplo, a propósito de la fuerte lluvia que caía mientras exhumaban los cadáveres de las víctimas del Goyo: “La lluvia no era sino el llanto incontenible del cielo por la caída de esos ángeles”.
No tiene desperdicio la descripción que Garmabella hace del método de Téllez para conseguir siempre la mejor información antes que todos:
“Pocas veces varió significativamente de un caso a otro, y provenía de su amistad con los telefonistas de las dos cruces, Roja y Verde, o con los empleados de las delegaciones. Esto hacía, la mayor parte de las veces, que llegara al sitio antes que sus colegas: por principio de cuentas, recibía telefónicamente en la redacción el informe escueto del hecho y la dirección donde había ocurrido.
“Luego, mientras se ajustaba la corbata y se colocaba el sombrero, recogía en el mismo periódico al fotógrafo antes de abordar su automóvil y emprender la marcha hacia el lugar del suceso. Su siguiente paso, ya en el escenario del delito, era observar con detenimiento hasta el mínimo detalle para a continuación entrevistar a policías, vecinos y, de ser posible, a algún testigo.
“Otra vez en la redacción, tras encender el enésimo cigarrillo del día y extender sobre el escritorio las cuartillas donde apuntara todo cuanto había observado y le habían dicho, procedía a tundir el teclado de la máquina para redactar la crónica que tantas veces hizo detener las rotativas, rehacer el cilindro y modificar la cabeza a ocho columnas”.
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– ¿Cómo lo recuerda?
-Como un hombre serio, muy pocas veces lo vi sonreír. Le sucedió lo que muchos otros que aman el periodismo: fue un reportero de tiempo completo, todo el día andaba en la Cruz Roja.
Recuerdo que las bolsas de su saco siempre estaban llenas de papelitos con apuntes y que era muy celoso con la información que adquiría. Sus mismas diversiones eran propias de un buen reportero que se precie de serlo: le encantaba el dominó y la bohemia. Nunca hablaba de su vida personal.
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Por cosas del destino, el mejor reportero policiaco, quien, como decimos, laboró en El Universal, nunca trabajó con el maestro Enrique Metinides, el mejor fotógrafo de la fuente, quien hizo prácticamente toda su carrera en La Prensa. El resultado hubiera sido interesante...