En la actualidad, Alfonso Cuarón busca sacar a su David Lynch interno siendo el director de una miniserie de televisión, Ascension, con Cate Blanchett y Gary Oldman, para el sistema de streaming de Apple TV. Y el siguiente proyecto fílmico luego de su exitosa Roma (2018) aún no se ha definido, ya con el capitalino de plano en su traje de Ridley Scott, como una suerte de ajonjolí de todos los géneros fílmicos, pero siempre imprimiéndoles sus manierismos y guiños que a estas alturas son los de un respetado autor.
Por él ha pasado el género de la comedia adolescente: (Sólo con tu pareja, 1991; Y tu mamá también, 2001); la aventura: (A Little Princess, La Princesita, 1995, Harry Potter and the Prisoner of Azkaban, Harry Potter y el Prisionero de Azkabán, 2004); la ciencia ficción: (Children of Men, Niños del Hombre, 2006; Gravity, Gravedad, 2013) y el drama histórico: (Great Expectations, Grandes Esperanzas, 1998 y Roma, 2018).
En cada género, Cuarón ha dejado una marca especial y Trasfondo te presenta a partir de esta semana tres muestras de ese talento único, que tiene al mexicano como uno de los tres directores nacidos en nuestro país (junto con Guillermo Del Toro y Alejandro González Iñárritu) más reconocidos en la industria del cine de Hollywood.
Comencemos esta semana con Gravity.
En la galería espacial de Alfonso Cuarón
A Isaac Asimov le hubiera gustado Gravity. El escritor que una vez dijo que, de existir gente en otros planetas, al ver la Tierra desde el espacio; al ver el azul del planeta, irremediablemente, esas razas desconocidas pensarían que en ese astro vive gente buena. La magia de la cinta de Alfonso Cuarón consiste en que entiende y respeta, siente reverencia y fascinación por los grandes instantes de la cinematografía relacionados con la aventura espacial y alcanza a sugerir un estilo propio, su aportación a ese subgénero fílmico.
Por momentos la cámara de Cuarón parece la steady de Alexander Sokurov recorriendo los pasillos del Museo del Hermitage de San Petersburgo en El Arca Rusa (2002), derramando ante nosotros con su particular timing una historia que no necesita de prólogos, ni de que sepamos qué pasó después; aprovechando los encuadres para mostrar exactamente aquello que quiere cuando lo desea.
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Cuarón encuentra un pretexto perfecto para su obsesiva cámara persiguiendo a sus sujetos, y las composiciones de Emmanuel Lubezki no sólo le dan un énfasis al relato visual, sino que crean metáforas de la misma búsqueda de la razón de la existencia humana en el espacio, que tanto conmovió también a Carl Sagan y, para el caso, a todo gran autor literario del incomprendido género de la ciencia ficción.
Su obsesiva compulsión por la cámara siguiendo instantes a veces superfluos, se siente en otros filmes como una floritura a veces innecesaria, como una forma en que marca su trabajo y grita a todos su calidad de auteur.
En Gravity no hay ni una sola escena que no merezca estar allí. Y sabe terminar bombásticamente, como si todo el filme fuera el preludio a la mejor historia, pero una que sagazmente, ya no vale la pena contarse. La cámara logra ensimismarse en el sujeto para servir como una pantalla de sus reflexiones, para después dar un giro y sorprender, con ese mismo concepto de la cámara como una especie de antorcha iluminando resquicios y revelando cada vez una parte más del cuadro, vendiendo esa ilusión de ser una toma continua, que se ve que tanto agrada al cineasta y es su panacea más preciada.
No ajeno al homenaje de las estampas de la cultura popular, Gravity es un compendio de postales ya vistas en otra parte; una carta de amor a esos instantes, pero no llega a ser un pastiche. Parece más ser la apropiación de un artista experto: como el concepto del mismo esteta contemplando los instantes inolvidables en una inmensa galería (la película); y el todo sugiere su propia aportación a ese fresco de imágenes ya omnipresentes en las retinas del cinéfilo.
Con Gravity, Cuarón se cimenta al lado de esos grandes creadores de la mítica espacial cinematográfica. Bastan un par de imágenes para entender su impacto. Como cuando Ryan entra en la capsula luego de ser rescatada por el comandante Matt Kowalski (George Clooney), se quita la ropa y flota, mientras Cuarón elabora su versión homenaje del famoso paseo de la azafata por la nave de 2001 A Space Oddisey (1968) de Stanley Kubrick.
Ryan flota y pronto asemeja la posición fetal, y los cables de la entraña tecnológica el cordón umbilical, señalando el renacimiento, cuando momentos después había estado dispuesta a suicidarse.
El pequeño retoño del matrimonio creativo Cuarón-Lubezki muestra así su devoción al cine de ciencia ficción: están las largas secuencias que esculpen el tiempo ala Solaris (1972), tanto la versión de Tarkovski, como la de Steven Soderbergh, incluso en la presencia de Clooney, una especie de Kris Kelvin samaritano.
Está la obsesiva fijación de la cámara en el entorno tecnológico del primer Alien (1979) de Ridley Scott, los pasillos de las naves como el laberinto robótico que tan buena fábrica de suspense pueden llegar a ser, y el devaneo orquestal del espacio que hizo Kubrick de la mano de la música de Richard Strauss. Incluso está Wall-E (2008), en la secuencia en que Ryan llega a la nave presionando un extintor.
¿Quién no ve al comandante Kowalski desconectándose de Ryan y flotando hacia la inmensidad como a una especie de Mayor Tom de la canción de David Bowie, Space Oddity, de 1969? Un homenaje que tampoco es tan disparatado, cuando averiguamos lo que llevó a Cuarón a adaptar libremente la novela de P.D. James, Children of Men (2006), llena de referencias a Pink Floyd. Incluso parece que el realizador mexicano y su curador musical encuentran momentos para sugerir en el bip del sonar las influencias del monumental track Echoes de Floyd.
Gravity entiende perfectamente el mensaje del Solaris de Tarkovski y utiliza la historia, aderezada con aventura y pasajes del más alto nivel técnico que demanda Hollywood para sus películas, fusionándolos con una historia de religiosidad iniciática: de Ryan encontrando una razón para seguir existiendo.
En ese sentido, parece como si la gravedad cero fuera utilizada como el estado de indiferencia de Ryan ante la vida, flotando a la deriva, en el vacío del espacio luego de perder a su hija, y la odisea real consiste en dejar esa ingravidez que le invita a morir y, como le dice Kowalski: “pisar la Tierra”.
Sintetizado en las escenas en que la cápsula finalmente se posa en el planeta, libera la angustia de escapar de la nada y subraya la gran lección tras el pensamiento de innumerables autores de ficción científica: al final no hay nada como la Tierra.
La historia tras Gravity, escrita por Alfonso y su hermano Jonás, da justo en el verdadero sentido de la ciencia ficción dura, vinculando la religiosidad de la búsqueda humana del origen, con la sublimación de la tecnología, el anhelo de la ralea de ser su propio creador y encontrar así una razón para seguir en la tierra que le tocó.
Continúa la próxima semana con más instantes inolvidables del cine de Alfonso Cuarón.
Lanzamiento: 18 de octubre de 2013 (México); País de origen: Reino Unido/Estados Unidos; Idioma: inglés, groenlandés. Director: Alfonso Cuarón. Guion: Alfonso Cuarón/Jonás Cuarón. Con: Sandra Bullock (Ryan Stone); George Clooney (Matt Kowalski); Ed Harris (Voz, Mission Control); Phaldut Sharma (Shariff).
Duración: 1 hora, 31 minutos.
Trailer de Gravity: