Cuando a Olof Palme le dijeron que si no bajaba los impuestos iba a perder las elecciones, respondió que no estaba de acuerdo en bajarlos. Les recordó a los suecos que los impuestos que maldicen de jóvenes son los mismos que bendicen de viejos, y si la mayoría de los electores no estaban de acuerdo con su política, aceptaría dejar el gobierno porque se gobierna coincidiendo.
Olof Palme fue un político de la socialdemocracia que gobernó en diferentes periodos el reino de Suecia. Entendamos que en Suecia nominalmente hay una monarquía, pero no se gobierna desde el trono, sino desde las curules.
Efectivamente, la Socialdemocracia que presidia Olof Palme perdió las elecciones, pero al siguiente periodo electoral recuperó el gobierno con una votación más alta que la de los últimos periodos.
Los electores, al sentir que disminuía la solidaridad con un modelo de mercado que busca prescindir del Estado, prefirieron regresar a un modelo que les daba mayor certidumbre.
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Esto sucedió a mediados de los años 80 del siglo XX en pleno ascenso de lo que conocemos como neoliberalismo. Sin embargo, al poco tiempo de recuperar el gobierno, Olof Palme fue asesinado al salir del cine a las 23 horas sin guardia alguno y dirigiéndose al Metro.
El sentido de esta introducción es resaltar la ética de un gobierno que se conduce con principios como contraparte de quienes tienen como objetivo el poder político sea como sea.
Hay diferentes criterios respecto a cómo conducirse en el gobierno. Uno es que deben ser los gobernados los que acepten la autoridad de un gobernante o de un grupo muy reducido en los espacios del poder. Otro es el de mandar obedeciendo, es decir, interpretar la voluntad de un pueblo y hacerlo valer en las políticas públicas, como si el pueblo fuera una entidad indivisible con los mismos intereses y sin contradicciones internas.
La tercera opción es la que pongo como ejemplo: organizar principios, realizar un diagnóstico, ofrecer un programa de gobierno, dialogar y presidir cuando se da una identificación entre la mayoría de los electores.
Esto no significa que la minoría quede sometida a la tiranía de quienes son más. En la democracia es un derecho universal estar considerados en las políticas sociales. Toda opinión cuenta en la construcción del país, pero el instrumento de un demócrata está en la elocuencia sin demagogia.
Originalmente la palabra demagogia no tenía un sentido peyorativo. Era considerada como el poder de seducir multitudes con la magia de la palabra, pero fue cambiando su sentido cuando se convirtió en el empleo de la mentira, la búsqueda del engaño, el ejercicio de la manipulación, el oficio de darle por su lado al vulgo sin responsabilidad política.
La demagogia se convirtió en el deterioro de la democracia en lo que en lenguaje común le llamamos dar atole con el dedo. Saber qué le enfada a un amplio sector de la sociedad y tomar ese enfado como bandera sin analizar las causas, prometer sin la intención de cumplir o sin observar las consecuencias de cumplir, es demagogia.
Quiero separar demagogia de populismo, porque hay un sector social que parece ofenderse de las acciones encaminadas a una mayor distribución del ingreso por parte del gobierno, pero no así las acciones caritativas de organizaciones privadas que les dan poder sin pasar por la aprobación en las urnas.
El sustento a los partidos políticos, por ejemplo, es parte del encomio de la sociedad hacia el sistema. Al poder económico le caería muy bien que los partidos políticos estuvieran atenidos a su financiamiento. En un país como el nuestro, con tanta diferencia social, el mantenimiento de entidades electorales con capital privado garantiza la continuación del poder a quienes tienen más dinero porque hay que estar conscientes que en donde manda el capital no gobiernan los electores.
Los partidos políticos son, como su nombre lo indica, una parte de la sociedad que se organiza en función de un proyecto de nación, una propuesta de vida colectiva. Deberían ser escuelas de civismo y ejercer un debate constante para orientar las políticas públicas.
Sin embargo, hay partidos políticos que ponen entre sus objetivos la desaparición de los recursos públicos para ellos, en la inteligencia de que esta iniciativa no les dará el triunfo, pero sí les garantizará el registro, o sí ganarán y con dinero público se sostendrán en calidad de gobierno.
La pregunta que debemos hacernos los electores es: ¿qué tipo de gobierno tenemos? ¿Uno en que la voluntad de un caudillo está por encima de las y los demás? ¿Un gobierno que manda obedeciendo como si no hubiera pluralidad de pensamientos? ¿O uno que legitima su autoridad en una relación de enseñanza y aprendizaje y gobierna en donde lo que propone coincide con la aceptación de los electores?
No todo es tan lineal, igual hay un poco de todo, pero lo que debe predominar es el propósito de generar mayor comprensión de la política como ciencia social, impulsar que el voto sea producto de una reflexión constante, y que el elector tenga lo más claro posible las consecuencias y la responsabilidad conjunta de hacer valer los objetivos por los que vota.