La austeridad republicana en el gobierno federal está llevando a México a los extremos luego de que el presidente Andrés Manuel López Obrador censurara el que la titular de Turismo de la Ciudad de México, Paola Félix, decidiera viajar en un avión privado para asistir a la boda en Guatemala del jefe de la Unidad de Inteligencia Financiera, Santiago Nieto.
El escándalo vino cuando uno de sus compañeros de vuelo, el director de uno de los periódicos más importantes de México, El Universal, decidiera no declarar a las autoridades guatemaltecas que portaba 35 mil dólares en la cartera, ahí para lo que se ofreciera.
Unos días antes, Julio Menchaca Salazar, senador y uno de los más fuertes aspirantes a la candidatura de Morena al gobierno del estado de Hidalgo, había viajado también en un jet privado, desde Pachuca para asistir a la toma de posesión del hoy gobernador de Sinaloa.
También lee: ¿Quién paga la GUERRA SUCIA CONTRA JULIO MENCHACA?
La escandalera
¿Cómo se atreven si el mismísimo presidente de la República viaja hasta en sus giras internacionales en vuelos comerciales?
El principio de la Cuarta Transformación parece ser o todos coludos o todos rabones.
Andrés Manuel López Obrador se ha quejado de aquellos que ganan más que él, como los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o los consejeros del Instituto Nacional Electoral.
No cabe duda, traemos el rumbo perdido.
Sí, porque no es lo mismo utilizar, como durante décadas se hizo, los aviones oficiales para que funcionarios o el mismísimo presidente y sus familiares fueran a tomar café a Las Vegas, a París o Nueva York, que para acudir a una gira de trabajo a Chihuahua, Campeche o Sinaloa.
O para acudir en helicópteros a sitios que, como Tula, sufrió la tragedia de una inundación a donde, por cierto, acudió dos meses después…
¡En ese tiempo quizá hubiera podido llegar hasta caminando!, como los miles migrantes que atraviesan el país a lo largo.
Más columnas del autor: Política Express: Tula de Allende, con el agua hasta el cuello
No se entienden los excesos, por supuesto, pero tampoco tanta austeridad.
Sobre todo esa austeridad definida por el presidente López Obrador como «franciscana«, pero también malinterpretada, que a la hora de la desgracia no alcanza para solidarizarse con, por ejemplo, los damnificados de Tula o las medicinas para los niños con cáncer.
Esa austeridad que sanciona a los que ganan más no sirve ni a quien la promueve ni a quienes pretende beneficiar.
En el camino, los excesos nos confundieron
México no quiere ni necesita un presidente de salario mínimo.
Ese principio de igualdad es, sin duda, egoísta.
Que gane y bien, pero que igual sirva y lo haga con esmero y resultados.
Ah, y esto es lo medular, ¡que no robe y sí busque el progreso de los mexicanos!
Que cada quien haga lo que tenga que hacer, que gane lo que tenga que ganar, claro, siempre con ética y eso hará del nuestro, un mejor país.
Sin mezquindad, sin envidia, sí con trabajo y claridad de objetivos.
Para eso son gobernantes y legisladores. Están para servir y representar.
¡Nada más que lo hagan!