El afgano Mahmud Nasimi tuvo que abandonar su país en 2013. Cuatro años después llegó a Francia buscando asilo. Dos proezas marcan su vida y destino. La primera la de recorrer diversos países, Irán, Turquía, Grecia, Serbia, Hungría, Austria, Alemania y Bélgica, en muchos casos a pie, para llegar a París.
La segunda, no menos relevante, la de aprender el francés solo con la compañía de los muertos.
Nasimi escribió Un afghan à Paris ( Éditions du Palais, 2021) no en su lengua natal, el darí, sino en la que hizo suya como lo hacen los inmigrantes que se abren al mundo.
La vida nunca deja de ser sorprendente. Deambulado por avenida de la República, llegó al cementerio de Pére Lachaise. Ahí se encontró con un mundo fascinante, con las tumbas de Balzac, Molière y Edith Piaf, entre otros.
Tomó una decisión irremediable, dialogar con ellos, hablarles y escribirles en su idioma y eso hizo precisamente.
Leyó y estudió, con esa fuerza que solo tienen los autodidactas, los que requieren expresarse aún a costa de esfuerzos inauditos.
La anterior columna de Julián Andrade: Cuando no estén Córdova y Murayama
En el prólogo, Nasimi abre las cartas y deja claro que, si existen distorsiones en el lenguaje, no se deben al poco o mucho conocimiento del francés, sino a la imposibilidad de encontrar las palabras adecuadas.
Es una confesión innecesaria, porque Nasimi expresa con finura los trazos de su biografía, la memoria de las montañosas tierras afganas, a la complejidad de su estatus de refugiado en Europa.
Nasimi sabe que es muy difícil que pueda volver a Kabul y más ahora que volvieron al poder los talibanes. Por ellos tuvo que partir al exilio y, como una pesadilla que da cuenta de la rudeza de la historia, ahora vuelven a controlar cada aspecto de la vida, implantando la oscuridad.
“La memoria de la guerra no es solo el dolor, sino el sentimiento de revuelta contra todo lo que se perdió”.
Un Afghan à Paris es un alegato por la esperanza, una muestra de que la luz siempre puede alumbrar en la medida en que estemos dispuestos a superar las dificultades.
“Es verdad que las nubes ensombrecen regularmente mi cielo. Pero cuando abro un libro, un rayo de sol ilumina mi corazón”, escribe Nasimi.