Morena ni su dirigencia ni muchos de sus miembros, son un pan de Dios. El partido guinda se convirtió en un Club De Toby, en el que se ha excluido pero también aceptado, sin remordimiento alguno, a morenistas, priistas, panistas y lo que caiga.
No hay, por decirlo así, código de ética o requisitos morales que se deben cubrir para poder estar ahí, en el círculo más estrecho de Morena, pero esa ausencia de candados de admisión tampoco determina la exclusión, racismo o discriminación de miembros distinguidos -o no- de la Trasformación. Luis Fernando Salazar, un ferviente idólatra de Felipe Calderón y miembro activo del más corrosivo ultraconservadurismo en México, podría ser el próximo candidato de Morena en Coahuila, por ejemplo, y a Susana Harp se le excluyó e ignoró totalmente de un proceso interno como precandidata en Oaxaca.
Pero todo lo anterior no significa, tampoco, que Ricardo Monreal merezca el cielo y la candidatura de Morena a la presidencia. En cualquier caso, el que está fuera de lugar es Monreal, y no Morena o su dirigente, Mario Sicario.
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Ricardo Monreal estaría más cómodo, a gusto, plácido, a sus anchas, y se sentiría más apapachado en el PRD, en el PRI, el PAN o, de plano, en el Verde. Morena se ha convertido en un grupo muy cerrado en donde ser bueno o malo no es requisito ni garantía de aceptación, pero tampoco es un juego de azar. El Movimiento de la Cuarta Transformación, por tanto, tampoco está ligado totalmente a Morena, pero es justamente ese raudal de diferencias lo que podría llevar al partido por una senda de perfeccionamiento de su democracia interna y, por ende, hacia un eficaz procedimiento para elegir a sus candidatos, que se les elija primero a través de filtros veraces por requisitos de ética y después por niveles de popularidad, y no priorizar este último.