“Andrés Manuel López Obrador es un Jesús que Dios nos mandó del cielo y aquí lo tenemos y por eso lo vamos a seguir apoyando con los que vengan de Morena. ¡Arriba México!”. Esas fueron las palabras de un asistente a la marcha de López Obrador, pronunciadas ante los micrófonos de Canal 11 y del 14, ambos pertenecientes al Estado mexicano, que dejaron su papel de educadores para contribuir a la pleitesía cuasi religiosa y adoctrinamiento de las masas.
¿Cuál hubiera sido la reacción de López Obrador y los suyos si se hubiera hecho en tiempos de Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto?
Durante la marcha del capricho de Andrés Manuel López Obrador, los medios de comunicación del Estado hicieron el peor de los papeles. Todo el tiempo se les fue en hacer loas a su patrón y así, sin recato, transmitieron por más de seis horas con una clara línea dictada por Jesús Ramírez Cuevas y sus secuaces.
Algunos terminaron por sepultar la credibilidad y profesionalismo que les llevó años construir en medios combativos como Proceso y que hoy se convirtieron en los jilguerillos del régimen. Se convirtieron en lo que tanto criticaron y ya no tienen autoridad moral porque son iguales a los del pasado.
Pero dicen que “el hueso es el hueso” y quedó de manifiesto desde el primer día en que llegaron llenos de rabia para instaurar un aparato de comunicación que también les ha resultado un fracaso. Pero, como dice López, fuera máscaras.
Así se construyeron a sus “periodistas” que ya ni les hace caso Ramírez Cuevas y que varios, como en la novela de Frankenstein, hasta se volvieron contra su creador. Otros, pasados de copas, han revelado cuánto cobran por preguntar en la “mañanera”. Es decir, hay más corrupción ahora que decretaron que se terminó.
Claro que el maestro de esas prácticas ni siquiera es Ramírez Cuevas o Jenaro Villamil, sino el mismo presidente de la República. Lleva cuatro años mintiendo sistemáticamente, estigmatizando a los medios y a periodistas que en el pasado le dieron espacios, cuando según él había un cerco informativo. La realidad es que sólo daba entrevistas a los medios que él consideraba grandes.
Lo mismo ha llamado traidores a quienes lo invitaban a sus programas por no venderle una patente de corso, por no creerle todo lo que dice y menos cuando es gobierno. Es una máxima del periodismo que no entiende, aplicable por el simple hecho de ser político cortado por la misma tijera de los priistas y panistas.
No hay nadie de sus pocos periodistas con los que cuenta que le diga que las cosas están mal, que gobernar bien no es directamente proporcional al éxito de una movilización como la del domingo y que exaltaron sus medios afines.
Mientras dice que estos son los humanistas y que buscan el bien de todos, se asfixia a Notimex con más de mil días en huelga; la directora de esa agencia sólo recibe órdenes. Ese conflicto se resolverá hasta que se termine el sexenio, mientras los trabajadores sufren la falta de sus salarios.
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La cuenta regresiva para que se termine el mandato de López Obrador va. Entramos a la parte crucial de los procesos electorales que nos dirán si habrá cambio de timón o seguimos otro sexenio con la ideología de López, y para ello echarán mano de los medios de comunicación del Estado. Total, los que los manejan perdieron la vergüenza… pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.