Martes negro. 118 homicidios en México. Un 24 de mayo que será de mala memoria. Nos vamos acostumbrando a los números y eso no está bien. En cada uno de los homicidios, y añadiría a los cientos de miles que ya se suman en una cuenta macabra, son personas, que tenían anhelos, familias e inclusive planes para el futuro. Muchos de ellos estaban en el traqueteo de la delincuencia, pero otros no.
Las pesadillas suelen convertirse en costumbre y ese es un problema serio. Mientras se desvanece la condena social, se normaliza la violencia, de alguna forma.
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Es como un rompecabezas en el que se van incrustado las piezas, pero para mal. Es la impunidad, la mala estrategia, las condiciones sociales que alientan el reclutamiento de jóvenes para las bandas y es, claro, el abandono de las fuerzas policiales y, en particular, las municipales.
Cada día matan a un policía. Es el promedio. Durante el actual periodo de gobierno han muerto mil 537 oficiales.
Causa en Común realizó un estudio al respecto que revela y muestra el costo de las carencias y el abandono.
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Hace algunos años, a finales del 2005, un viejo policía, que había escalado a los grados más altos en la Policía Judicial Federal, me decía que los asesinatos de policías y la falta de respuesta ante ellos, estaba generando una dinámica que luego sería difícil de contrarrestar.
Al paso de los años conocí a muchos policías, el trabajo periodístico e inclusive mi paso por la administración pública, me acercaron a ellos. No me alcanzan los dedos de las manos para contar a los que murieron de modo violento en ese lapso.
Los homicidios tuvieron las más diversas explicaciones, pero coincidían en la venganza por agravios del pasado, en esa paciencia que tienen las organizaciones criminales para esperar que la sopa esté fría, como se dice de forma algo macabra.
Hay que asumir que no hay respuestas sencillas y que mejorar las condiciones de seguridad demorará tiempo, con el costo social añadido. Lo que no se puede hacer, porque tendrá consecuencias todavía peores, es negar la gravedad del problema, jugar en el terreno de las percepciones que, por lo demás, ya se mostró que suelen ser más que endebles.
Porque no se trata de una guerra de cifras, aunque sirvan para el análisis, sino de establecer las condiciones para garantizar la seguridad ciudadana, que es una de las premisas, por cierto, de la gobernabilidad democrática.