Las manifestaciones en la calle se agudizaron hacia el sexenio de Vicente Fox Quesada por la creciente ola de inseguridad que vivía el país. Eso le pegó al que era jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, que, fiel a su estilo, descalificó la marcha en la que miles vestidos de blanco recorrieron del Ángel de la Independencia al Zócalo. Dijo que se trataba de la derecha para descarrilar su gobierno, nada nuevo en el panorama de principios del siglo XXI.
Luego, con el supuesto fraude electoral de Felipe Calderón en 2006, López se encargó de dividir a la sociedad entre espurios y legítimos. Movilizó a miles de personas en cada uno de sus mítines con la esperanza de que se hiciera un recuento total, a lo que los panistas, por supuesto, no accedieron porque la Ley era así.
La tarde del 30 de julio de 2006, el tabasqueño decidió permanecer en plantón indefinido desde la fuente de Petróleos en Periférico, Paseo de la Reforma, Avenida Juárez, Madero y la Plaza de la Constitución. Fue un error que duró 47 días. Comercios quebraron y la antipatía contra el Pejelagarto subió, pero logró que Felipe Calderón nunca pudiera pisar libremente las calles.
El segundo presidente panista no hacía actos espontáneos y no rompía los protocolos como sí lo hizo Fox con la ilusión que generó. Calderón siempre estaba bien custodiado y en la ceremonia del Grito de Independencia le ponían grabación de aplausos y ¡vivas!, pero el respetable gritaba: “¡Asesino, asesino!” Se escuchaban pitos y mentadas de madre.
Otra columna de Arturo Suárez: Militarizar por consulta
Al final de su sexenio los reclamos fueron aumentando. Varias veces lo interpelaron igual que a Margarita Zavala, que cargaba ya con el estigma de la guardería ABC, y también la interpelaron madres de desaparecidos. Felipe Calderón nunca logró ser un presidente cercano a la gente.
La presidencia de Enrique Peña Nieto siempre estuvo marcada por la construcción de las televisoras. Le crearon un cuento de hadas y hasta princesa del Canal de las Estrellas le pusieron. La gente compró la idea por la guapura del personaje, una boda de ensueño y la llegada a la presidencia con millones de pesos gastados en la compra de conciencias.
Lo mismo, Andrés Manuel lo relegó a Los Pinos, de donde pocas veces salía. Quizá ni le interesaba el contacto con los ciudadanos y así se gestó el sexenio con más corrupción, con más desvíos de recursos, que terminó por abrir la puerta al populismo más añejo. El regreso a las formas del viejo PRI, representado en la persona de López Obrador.
En los tres escenarios anteriores aparece el López Obrador y ahora, en el ocaso de su mandato, las cosas no serán diferentes. Todos los actos de López son en un clima controlado, con gente bien filtrada. Ironías de la vida política nacional en aquello de que el pueblo bueno cuida al inquilino de Palacio Nacional.
Apenas el domingo pasado un concierto logró congregar a 280 mil espectadores y todo era felicidad, sobre todo para la “corcholata” favorita que lo organizó, Claudia Sheinbaum. Inmediatamente después tuvieron que amurallar al Palacio Nacional porque se cumplieron ocho años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, y López, como a los demás, no le gusta escuchar y ya vive apertrechado.
Uno de los compromisos de López Obrador durante su campaña fue resolver el asunto de los 43 normalistas desaparecidos, pero después de 4 años de gobierno no hay una solución e incluso el colectivo de padres y madres de los estudiantes condenaron la actitud del presidente. Le recordaron que fue su promesa investigar y procesar a todos los responsables de este crimen de lesa humanidad que sigue impune, entre ellos los militares que, se demostró, tuvieron una participación activa en la masacre.
El presidente teme a las movilizaciones en las calles porque sabe que terminan por derrumbar a los gobiernos. Aquí se lo dije, qué lejos quedaron esos tiempos cuando el presidente López sorprendía a quienes pasaban por la calle de Corregidora, saludaba y se tomaba selfies. Insisto en que López fue un gran líder en las calles, pero de aquello no queda nada, sólo uno igual a Vicente, a Felipe y a Enrique… pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.