La reconexión terrenal de Björk

Fossora (One Little Independent/2022), el décimo disco de estudio de la cantante islandesa Björk, la ve regresando a su país natal para explorar temas de identidad, familia, vínculo con la naturaleza y el maridaje entre los sonidos preciosistas con la programación electrónica, como una suerte de ritmo natural indomable y devastador.

Llega un momento (Mycelia, Sorrowful Soil) en que incluso las voces corales a capela abandonan su tono litúrgico y declamativo e imitan el bit electrónico, en una onomatopeya que fusiona los dos talantes; extremos que ya había explorado la esteta en Homogenic (1997), otra oda inconmensurable a su volcánico país.

Y Fungal City, un dueto con el experimentalista de Baltimore, Josiah Wise, Serpentwithfeet, amigo íntimo de la artista, es un tema perfecto para entender los motifs estilísticos del álbum y sumergirse en sus ideas musicales y textuales.

Fungal City comienza con el candor de una historia pastoral infantil, con los arabescos de los clarinetes, al ritmo de un discreto beat electrónico, que parece como el latido de los entresijos de la tierra en temporal calma. Escuchamos la voz pausada de Björk, que ya nos acostumbró a sus historias de natural pero aterradora belleza; su fraseo domina. Los instrumentos parecen una suerte de formas ortográficas musicales para acomodar sus líneas.

Parece que la cornucopia de clarinetes se va a desbordar en cualquier momento en júbilo orquestal, como una suerte de Jupiter, the Bringer of Jollity, de la sinfonía The Planets, de Gustav Holst, pero se contienen, fungen como meros descriptores de las voces de Björk. Luego las cuerdas invaden, primero como en una ilusión, y la traviesa historia silvana adquiere drama.

Su capacidad para el amor es enorme
Su vibrante optimismo pasa por ser mi fe también

Canta con su amigo broklinita y compinche de escapadas musicales nerds, Serpentwithfeet. Las voces accionan una celebración de los hongos, la fascinación actual de la islandesa, que la ha hecho tener su estudio tapizado de libros sobre las setas, como reguladores de los ritmos de la naturaleza y por ende de la existencia.

Su cuerpo caligrafía el espacio sobre mi cama
La firma horizontal en mi piel
Estoy en rapto, ohhh
Oscuridad perfumada aterciopelada

Conforme la descripción de las sensaciones que deja en ella la micología avanza, los hermosos coros multitrack de la misma Björk comienzan a tapizar la música y los beats de ese corazón en el fondo pronto ascienden en peligrosidad, con su pulsión incontenible de vida. Recuerden que esta enigmática artista viene del punk y de la escuela de las músicas electrónicas de mediados de los noventa, su corazón de melómana fantástica en verdad late al ritmo de una tornamesa.

Y parece preguntarse a sí misma, y por ende a nosotros, los escuchas: “¿En verdad vale la pena suavizar esta historia?, ¿vale la pena ocultar que los hongos son el emblema de lo natural en sí? Que, ¿así como son hermosos, pueden ser aterradores, pobladores de pesadillas sin cuenta?” La respuesta la dirá la música.

¿Debo suavizar el soplo de vida en él?
¿Debo suavizar el soplo de vida en él?

La conclusión de los paseos por el monte después de la lluvia, buscando hongos al pie de los árboles o en la cueva húmeda, es un extático y elaborado beat electrónico trabajado en su laptop, donde los clarinetes en la descripción de la belleza inocente y cuasi infantil, se intersecan con el rotundo énfasis de la programación, que corre a deshacerse súbitamente para seguir presentando los tracks experimentales de Fossora.

Escucha aquí Fungal City, de Björk:

La portada de Fossora. En el lenguaje Björkiano, las portadas son como cartas de tarot que muestran a la versión de Björk que hizo la música del álbum en cuestión
La portada de Fossora. En el lenguaje Björkiano, las portadas son como cartas de tarot que muestran a la versión de Björk que hizo la música del álbum en cuestión

Escarbando en la tierra

Desde que formaba parte de la banda The Sugarcubes (1986-1992), Björk Guðmundsdóttir (Reikiavík, 1965) ha tenido ese talante de niña genio, incomprendida en apariencia; profunda, pero que a la vez no quiere sonar aburrida y que sus amigos la consideren el cerebrito insoportable; no quiere que su música y sus letras suenen a una prédica de viejos. Pero a sus 56 años, de pronto explica en sus propias palabras lo que ha buscado crear a lo largo de una excepcional carrera que ya abarca más de tres décadas.

“En la era de los hippies en los setenta, existía una narrativa de regreso a la naturaleza que era muy fuerte en la civilización occidental. Era una cuestión de dejar las ciudades, tocar la guitarra acústica y ponerte una flor en el cabello. No estoy juzgando esto -es hermoso. Pero en Islandia, la naturaleza no tiene nada que ver con el sentimentalismo. ¡Es muy peligrosa! Muy intensa, cruda y fiera. Quiero decir (Fossora es) no ‘regreso a la naturaleza’, sino ‘adelante con la naturaleza’”, comentaba Björk con su colega a Þorgerður Ingolfsdóttir, para la revista Document.

Fossora manifiesta una conexión a Homogenic y Vespertine (2001), con la forma en que utiliza los beats electrónicos, como si de placas tectónicas se tratara, como la orografía islandesa mostrando la referida crudeza. Pero también la ensoñación de los instrumentos clásicos como en un allegro constante.

Es ahora ese intento de volver a reconectar con su patria, donde se vio obligada a vivir después de pasar mucho tiempo con las maletas a la mano. Sólo la pandemia la obligó a parar. Esa forma de volver a sentirse parte de la idiosincrasia islandesa, quizá le recordó que sus esfuerzos iniciales en la música eran darle un nuevo cariz a la música de su patria y Fossora es reverencia constante a las escenas pasadas y presentes.

Para Björk, Fossora es la tercera parte de su trilogía soulstorm ‘tormenta de almas’, que comenzó con Vulnicura en 2015, inspirado en el largo divorcio de su exesposo, Matthew Barney. “Antes, Vulnicura fue todo corazón roto, yacer en la lava, descalza, llorando, sintiendo lástima por mí”, recordó la creadora.

Disfruta el alucinante video a Atopos:

Que choca con la idea de Utopia, de 2017, con su deseo de encontrar nexos con lo etéreo; a lo que ayudan las flautas, instrumento fetiche de aquel álbum, las cuales crean entornos fantasiosos, lo que la propia artista ha admitido que es su propia utopía de fuga, una que incluso le da pena admitir por lo irreal, “como ciencia ficción idealista”, describió en su momento.

Ahora, Fossora (que quiere decir algo así como “la única que está escarbando”) es, en palabras de la artista, “aterrizar en el planeta Tierra”, llenarse los pies de tierra, en algo que ha denominado su álbum de los hongos, por el vínculo “terreno”.

Es curioso que ella lo diga, pero Björk contrasta que el sonido de las flautas en Utopia. Es ahora el lúgubre tono de seis clarinetes, que le otorgan a las piezas tonalidades subterráneas en que incorpora sus inusuales estructuras vocales y electrónicas que vienen de su paso (y prolongada estancia) por la cultura rave y las experimentaciones sónicas con los coros de su desafiante Medúlla (2007).

Como la tierra en las capas freáticas, siempre activas en su hermoso pero temible país volcánico. Y tan terreno como el acto de sepultar a su madre, fallecida en 2018. Dos canciones del disco, Sorrowful Soil y Ancestress, se inspiraron en el fallecimiento de su madre.

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Björk insistió que su hija, Isadóra Bjarkardóttir Barney, la acompañara en el tema que cierra el álbum, Her Mother’s House, una hermosa reconexión de la artista con sus lazos familiares, su tierra y la admisión de su legado, sin dejar de sugerir excitantes nuevos caminos para su arte en las siguientes etapas de su vida.

Bjórk con el clarinete, el instrumento fetiche en Fossora
Bjórk con el clarinete, el instrumento fetiche en Fossora

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.