Entre especialistas es polémica la afirmación de que infancia es destino: hay quienes dicen que lo vivido desde el vientre da origen a nuestra conducta.
Desde esta visión, los primeros años de nacimiento acompañan nuestros sentimientos y pensamientos el resto de nuestros días, y esta es una posible explicación al comportamiento político de América Latina. Nacimos como producto de un conflicto y los traumas adquiridos son parte de nuestro comportamiento de manera congénita.
Nuestra cultura deriva de una conquista en la que la mayoría somos descendientes, tanto de los vencedores como de los vencidos, y es una dificultad común tomar bando cuando hay que escoger.
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No hay en nuestro pasado colonial experiencias democráticas en las que las autoridades reflejen nuestras convicciones. Religiosamente esperamos al mesías que conduzca nuestras acciones y nos atenemos a sus convicciones.
Desde luego, cada entidad de la región tiene características distintivas, pero hay entre nosotros un denominador común: el caudillo cuyo carisma entusiasma y produce revoluciones.
Alguna vez leí que Cuba no era comunista; Cuba era castrista y Fidel Castro era comunista, y así podemos seguir con ejemplos. A casi cien años de su primer gobierno, el fantasma del peronismo sigue recorriendo Argentina.
El ejemplo más reciente es Brasil, en donde Lula Da Silva encabezaba las encuestas. Lo meten a la cárcel con acusaciones falsas y en vez de que los electores cariocas votaran por quien ocupaba su lugar en la boleta con el logotipo de su Partido, votaron mayoritariamente por quien contradecía su pensamiento político.
En México, con el afán de terminar con las luchas generadas por caudillos, se inventó algo muy original, un Partido Revolucionario Institucional. Sin embargo, cada sexenio el presidente se ha comportado como un caudillo: todo gira alrededor de su persona, más que de la organización que lo postuló.
En las anécdotas de quienes militan en ese partido se cuenta que si el presidente preguntaba “¿Qué hora es?”, la respuesta era: “Las que usted diga, señor presidente”.
El presidencialismo es el modelo político de todos los países latinoamericanos. Se prefiere recurrir a la segunda vuelta o tener un jefe de gobierno electo por una minoría, que tener un sistema parlamentario que obligue a un acuerdo que ponga al centro un programa de gobierno, por encima del talante o carisma de un personaje.
Nuestra historia está llena de golpes de Estado, dictaduras o democracias que son ficción. Una democracia lo es hasta que le demuestran lo contrario, mientras que una dictadura lo es hasta que ella demuestra lo contrario.
Por eso en México se crearon instituciones autónomas como el INE, pero eso no quiere decir que en el ambiente exista un clima democrático. Entre consejeros electorales que se amparan porque quieren seguir ganando más que el Poder Ejecutivo y un presidente que insiste en hacer consultas sobre su continuidad en el gobierno, cuando nadie en el papel está pidiendo su revocación sin contemplar el gasto, lo que se manifiesta es autoritarismo.
Entendemos que la democracia no se construye con leyes, sino con personas que no tengan un espíritu autoritario y estén dispuestas a debatir, dialogar continuamente y a ponerse en el lugar del otro, porque de esta manera las leyes se dan por añadidura.
Quien esto escribe considera que la infancia puede irse superando si hacemos conciencia de nuestros actos.
Australia nació como una prisión y actualmente es uno de los países con menos índice delincuencial. En los países donde nacieron los vikingos, famosos por pisar los cráneos de sus víctimas, actualmente destacan por su respeto a los derechos humanos y de mayor manera que otros países, por sus políticas a favor de los derechos sociales.
Es tiempo de que los latinoamericanos pensemos en modelos parlamentarios que conduzcan a pactar lo necesario con carácter legislativo, con partidos políticos que expresen proyectos de convivencia colectiva, y con ciudadanos que hagan diagnósticos conjuntamente y elijan a quienes de mejor manera expresen sus pensamientos consensuados, sin el peso de ser los salvadores de la patria.
Tengamos presente que América Latina es la región con mayor desigualdad económica y precisamos concentrarnos en este problema, sin mandar obedeciendo, sino coincidiendo.