Desde mediados del siglo pasado, la palabra derechos humanos fue nombrándose con mayor intensidad. La experiencia de la Segunda Guerra Mundial dejó clara la necesidad de humanizarnos. Y como militarmente la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialista ganó y llegó hasta Berlín, se abrió paso a lo que la historia registra como la Guerra Fría.
El mundo se dividió en dos bloques, uno de ellos con la presunción de ser demócratas, y ambos llenos de contradicciones.
Cuando llegó lo que algunos libros llaman la “revolución conservadora”, se llegó a las mayores contradicciones. Con los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher se concluyó que el Estado no era la solución, más bien era el problema y se hizo hincapié en el Estado de derecho y se cuestionó el derecho al Estado.
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Con la caída del comunismo se facilitó el modelo del neoliberalismo, se manejó el concepto del “egoísmo ético”, se calificó al Estado como entidad opresora y se evocó la idea de que la economía liberal solucionaba sus problemas gracias a una mano invisible que todo lo arregla en el marco de la oferta y la demanda.
La economía mundial entró en un bache en esos días y es muy cierto, pero igual cayó en economías con poca intervención estatal que en las que el Estado era muy activo, porque la causa de estos problemas estaba en los energéticos, más que en las políticas públicas.
Los impuestos se satanizaron. En el discurso neoliberal, pagar impuesto era dejarse robar.
Hubo varios personajes masculinos y femeninos que defendieron el Estado social y entre ellos destacó Olof Palme, primer ministro de Suecia, cuyas políticas públicas los llevaron a ser considerados como el país con el mejor nivel de vida.
Él decía que los impuestos que se maldicen de joven son los mismos que se bendicen de viejo. Respondió que nadie es libre sin un piso de salud, educación, certidumbre económica y seguridad jurídica, y eso lo proporciona el Estado.
Cuando afirmaron que los impuestos progresivos castigan la eficiencia, él respondió que quienes más ingresos tienen se lo deben a las carreteras que trasladan sus productos, a los trabajadores que tienen capacitación y educación, a que sus empleados son saludables y a que gozan de seguridad jurídica, y todo eso lo proporciona el Estado con el dinero de todos.
A la muy repetida frase que se menciona hasta la fecha de que no se vale gobierno rico y pueblo pobre, respondió que lo que no se vale es que la opulencia quede en un reducido espacio privado y la miseria en el sector público.
Fue crítico tanto de la URSS cuando invadió Checoslovaquia y más tarde Afganistán, como fue crítico del gobierno norteamericano por la guerra de Vietnam, afirmando con toda contundencia que ninguna democracia puede ser bienvenida si pretende entrar a sangre y fuego.
Hizo hincapié en que, si bien las empresas y servicios púbicos no pueden garantizar la mayor eficiencia, queda en los electores la posibilidad de mejorar sus condiciones eligiendo bien los recursos y a quienes las administran. Pero lo mataron el 28 de febrero de 1986 saliendo del cine, sin guardia alguno, y caminando hacia el metro con su esposa.
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La razón por la que hoy Olof Palme cobra mayor importancia es que apeló continuamente a que se fijara un espacio sin armas nucleares que diera certidumbre tanto al Este como al Oeste de Europa.
Hoy lo que más mencionan los analistas políticos es la ausencia de liderazgos políticos de Europa. Los socialdemócratas han ido recuperando gobiernos retomando el Estado de bienestar social, pero no deja de percibirse que, en su mundo de tantos derechos, el derecho a la información se perdió cuando aceptaron cortar con los medios de comunicación de la Federación Rusa.
Y no es que los derechos humanos los represente Putin. A través de los medios occidentales sabemos de las misteriosas muertes de sus adversarios políticos, pero ahora que vemos una prensa tan manipulada por redes sociales privadas, la verdad es que no sabemos qué creer.
Muy poco supimos de lo que sucedía en Dombass. Muy poco hizo la ONU por terminar la guerra en Vietnam. Y poco, sino es que nada, se ha hecho por detener la situación de palestina.
En estos momentos se cuentan 16 guerras en el orbe, según dijo Alfredo Jalife en una entrevista, y poco o nada sabemos de ellas, porque todo se concentra en la guerra que a un sector económico le interesa.
Es muy triste ver que aquellos que lucharon por retomar los derechos sociales, en vez de funcionar como mediadores en este conflicto, tomen partido inclinándose por fingir derechos más que por hacerlos valer.