Los seres humanos tenemos aparentes contradicciones en la construcción de nuestra identidad: por un lado, deseamos vivir con valores particulares y, por el otro, ser parte de una colectividad.
La religión, por citar un ejemplo, obedece más a la identificación con una cultura que a la creencia sincera de aceptar los dogmas religiosos. Ser cristiano, musulmán o judío, más que concebir un mundo desde diferentes concepciones místicas, obedece al haber nacido en una comunidad que lo aceptó como su cultura.
La forma en que vestimos manifiesta parte de nuestro pensamiento, de nuestra condición económica y aceptación de valores sociales que nos dan identidad.
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Preguntarnos cómo podemos modificar nuestro contorno es natural, reunirnos con quienes coincidimos es instintivo, así que armar partidos políticos con la idea de actuar aspirando a incidir en el gobierno es democráticamente recomendable. Pero hoy en día los partidos políticos están considerados como los antagonistas de la sociedad.
Las sociedades que han vivido sin partidos políticos tienen la característica de ser autoritarias; los partidos políticos no son un mal necesario, no necesariamente.
Convivir con partidos políticos es mantener latente la posibilidad de cambiar, siempre y cuando estos tengan una identidad. Entendemos que, como su nombre lo indica, los partidos políticos son parte de la sociedad que nos propone cómo relacionarnos entre nosotros y bajo qué valores y reglamentos convivir.
Un partido político sin claridad en sus conceptos, que no tiene una lectura de los síntomas sociales, un diagnóstico sobre los problemas económicos y políticos, y una plataforma con soluciones desde su filosofía política, es un fraude.
En México son considerados entidades de interés público, lo que da lugar a que estén financiados con dinero producto de nuestros impuestos y en consecuencia, bajo revisión de diversos órganos de gobierno.
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Los afiliados a un partido político tienen derechos que muy pocas veces reclaman. Así que es contradictorio que propongan derechos que ellos mismos no practican, en particular el derecho a elegir sus liderazgos y que de ellos emanen las candidaturas a los cargos de elección popular.
Las cuotas electorales no les permiten proponer candidaturas libremente en función de sus propias condiciones y concepciones. Tener que registrar determinado número de jóvenes, de indígenas, y de mujeres u hombres, impide seleccionar a sus mejores afiliados desde su propia experiencia. Pone la voluntad de quienes legislaron estos términos por encima de la de los afiliados en primera instancia y deriva en coartar el derecho de los electores.
La política de registrar candidaturas por sorteo o por consultas, elimina la opinión y el derecho al voto de los militantes y la pregunta que resulta de estos procesos es: ¿cómo puede impulsar la democracia quien no la practica?
La percepción ciudadana considera que los partidos políticos suelen ser propiedad de ciertos comerciantes que venden palabras incoherentes con sus acciones.
Un partido político no sólo tiene el derecho de proponer libremente en el marco de sus propios principios sus candidatos, moralmente tiene la obligación de postular a los que considera sus mejores hombres y mujeres, a aquellos que son sus elementos más representativos y a los que corresponde decir en qué medida están equivocados es a las y a los electores.
Las consultas y «encuestas» que determinan quiénes serán los candidatos por encima de la opinión de los afiliados y mantienen la espiritualidad de una entidad política son demagógicas e injustas y se repite la pregunta: ¿qué justicia podemos esperar de los que ocupan cargos de elección popular por encima de la voluntad de aquellos que le dan vida a los partidos que los proponen?
O mejor dicho: ¿qué sentido tiene organizarse, reflexionar cotidianamente el sentido de la salud política, crear un ideario, un programa de gobierno, cooperar al mantenimiento material e ideológico de una entidad en este sentido, si la decisión queda en quienes sin contar con los elementos de juicio, sin conocer de fondo a los protagonistas, emiten su simpatía con la superficialidad de no hacerse responsables del resultado?
Así es la democracia, dirán algunos lectores a estas alturas. Los partidos políticos proponen y los electores disponen, pero esto lleva una ruta. El primer paso es que la base de un partido político en función de sus convicciones ideológicas, elabore estatutos y una plataforma electoral que se traduzca en programa de gobierno.
Además, que se consense una estrategia de comunicación y se escoja a quienes los militantes consideren ser los más representativos de los principios que los mueven, en la inteligencia de que ha sido la convivencia cotidiana lo que les otorgan los elementos de juicio para elegir sus mejores cartas.
La intromisión de los legisladores en la vida interna de los partidos políticos ha dado lugar a que se desliguen de la responsabilidad de poner a su gente más capaz y preparar nuevos cuadros.
Quienes se afilian a un partido político es porque coinciden sustancialmente con la visión del deber ser, que su organización pregona independientemente de su fenotipo. La democracia exige un debate serio todos los días sin descalificar ideas y tener claridad del derecho de los partidos políticos de participar conforme a sus circunstancias y convicciones, sin la intromisión de leyes que atenten contra el ejercicio de su identidad.