Los valores que representa el socialismo se construyen por dos vías: una es a través de la dictadura del proletariado y la otra es profundizando la democracia. Desde luego que, como todo, tiene cierta gradualidad cualquier camino.
La palabra de por sí tiene tan buena imagen que muy pocos se atreven a negar que son «demócratas«, así que unos le llaman a su programa de gobierno “democracia popular” y los otros, “socialismo democrático”.
El problema es que la palabra –democracia– también le gusta al gran capital y siempre está en disposición de pujar en la subasta afirmando que democracia, propiedad privada y mercado libre son componentes de un mismo cuerpo.
Hay que tener conciencia que donde manda el capital no gobiernan los electores, así que no hay nada más lejos de estar conectado a la voluntad popular que la pirámide social que genera el capitalismo.
Pero ¿en dónde el capitalismo cambia de nombre? Los íconos del socialismo democrático como Olof Palme, Bruno Kreisky o Willy Brandt, afirmaban que en donde ha gobernado buen tiempo la socialdemocracia, los propósitos del socialismo están más cerca que donde gobernaba en aquel momento la URSS.
Edward Bernstein, filósofo del socialismo democrático, afirmó que el socialismo es una meta constante y no una solución acabada.
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Pensar que la acumulación del capital tiene un momento óptimo que le permite ser bondadoso, es pertenecer a los inocentes; las prestaciones sociales del mundo del capital se deben a los sindicatos, a las presiones de la sociedad y a los partidos políticos.
Cabe recordar que, en la ciudad de Londres, capital del mayor imperio, cuando el trono lo ocupaba la reina Victoria, estaba llena de niños y niñas de la calle, pobreza, prostitución y criminalidad, como lo retrataba Charles Dickens en sus obras, destacando la de “Oliver Twist”.
También lo narra Charles Chaplin en sus memorias externando el coraje que da la miseria cuando se habita en el mayor imperio del mundo.
En el lenguaje popular, los precios son democráticos cuando están al alcance de todos. El sol es democrático porque sale para todos y la muerte es democrática porque tarde o temprano nos lleva a todos. Es decir, existe un vínculo entre la democracia y la universalidad.
Actualmente existe un cuestionamiento sobre la democracia representativa, razón por la cual se ha dado lugar a lo que han dado en llamarle “democracia directa” y se han generado figuras jurídicas en relación al voto como el plebiscito, el referéndum, la iniciativa popular, consultas populares y la revocación del mandato.
¿Qué tanto enriquecen a la democracia esas acciones? Quien esto escribe opina que depende de qué se va a decidir en votación. Debemos de tomar en cuenta que hay cosas que son tan privadas como el pensamiento mismo y otras tan públicas como el aire que se respira. Votar por lo que directamente no te afecta es inmiscuirse en la vida ajena.
Hay leyes que permiten el ejercicio de un derecho como lo es la interrupción del embarazo, sin que quien no va a dar a luz tenga que decidirlo. El Estado no debe decidir si te casas o no te casas, pero si lo has decidido el Estado debe garantizar que lo hagas con quien deseas; no puede decidir qué haces en tu casa al menos que tenga un efecto colateral en el colectivo.
La democracia no tiene tabúes, todo es discutible, pero tiene que definir lo que está en el ámbito social.
Lo único que es sagrado en la democracia es la voluntad ciudadana y bajo este principio fijar su vida electoral. México es uno de los países que más ha firmado convenios internacionales y a muchos nos hubiera gustado opinar al menos en la boleta si estamos de acuerdo o no con esos convenios.
Otro de los principios de la democracia es que lo social prevalece sobre lo privado. Determinar si deseamos que el producto de nuestro subsuelo sea público o privado y votar para que esos recursos se conviertan en hospitales, escuelas, casa de cultura, centros recreativos, pensión digna para la vejez, protección a la infancia, apoyos culturales, o dejar que nuestro subsuelo patrocine la gula de un diminuto sector que lo comercializa.
Nos hubiera gustado votar si es válido el voto en el extranjero, o decidir si se vale que la voluntad de los legisladores que estuvieron a favor de la legislatura paritaria esté por encima de la voluntad de los y las electores.
Nos hubiera gustado votar qué fideicomisos se cancelaban. Nos hubiera gustado conservar y desde luego esclarecer los acontecimientos acaecidos durante el periodo neoliberal y el movimiento del 68. Pero con preguntas claras, con un debate previo, con representantes de todas opiniones y de manera tal que no sea tan alto su costo.
La democracia que aquí se pregona es la que nos da derecho a tener una identidad por la que no deben votar terceros. La que garantiza igualdad jurídica en un ambiente de equidad social, con un pueblo que sabe la imposibilidad matemática de votar a mano alzada al viejo estilo griego. Un pueblo con suficientes elementos de juicio para escoger autoridades y representantes.
No toda la normatividad esta consensuada. Recuerdo un debate en el Canal 11 en donde ninguno de los participantes admitió estar a favor de la pena de muerte, pero los teléfonos no dejaron de repiquetear de quienes sí estaban a favor. Poco después ese tema lo tomó el Partido Verde y les alcanzó para mantener su registro electoral.
Los derechos humanos no pueden ponerse a votación. Nuestra normatividad dice que son intocables, pero en la percepción de los ciudadanos protegen a la delincuencia porque le ponen piedras al Estado en su función de proteger patrimonio, libertad y vida de los ciudadanos.
Quien esto escribe no es que esté precisamente a favor de los últimos temas, pero sí a favor de que el debate sea abierto y la consulta se tome en serio.