El 8 de marzo es el día en que todas las mujeres de todos los continentes, sin importar la separación que exista en las fronteras nacionales o internacionales y sus diferencias étnicas, lingüísticas, culturales, económicas y políticas, nos unimos para conmemorar este día.
Este movimiento donde luchamos por una igualdad, por justicia, por el desarrollo y sobre todo por el respeto a nuestro género, no tiene menos de noventa años.
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La Organización de las Naciones Unidas (ONU) tiene 70 años de promover la igualdad de derechos de las mujeres y los hombres.
La primera celebración del Día Internacional de la Mujer fue el 28 de febrero de 1909, cuando el Partido Socialista de América designó el día en recuerdo de la huelga de trabajadoras del sector textil el año anterior en Nueva York.
En 1917, las mujeres en Rusia decidieron protestar y luchar por «Pan y Paz» en el último domingo de febrero (cayó en un 8 de marzo en el calendario gregoriano), llevando a la adopción del voto femenino en Rusia.
En nuestro país tiene lugar la primera Conferencia Mundial sobre la Mujer del 19 de junio al 2 de julio de 1975 coincidiendo con el Año Internacional de la Mujer. En dicha Conferencia se formuló un plan de acción mundial de diez años para la promoción de la mujer.
En 1975, durante el Año Internacional de la Mujer, las Naciones Unidas empezaron a conmemorar el Día Internacional de la Mujer (8 de marzo). Dos años más tarde, la Asamblea General de las Naciones Unidas formalizó oficialmente el Día.
De esos años en adelante, el Día Internacional de la Mujer tomó una nueva perspectiva totalmente para las mujeres en los países desarrollados y en vías de desarrollo.

El movimiento internacional para las mujeres que ha crecido exponencialmente está ayudando a que la conmemoración sea un elemento unificador, fortaleciendo el apoyo a los derechos de las mujeres y su participación en los ámbitos político, social, cultural y económico.
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Y así podríamos seguir mencionando infinidad de acuerdos, de movimientos, discursos, premios y organizaciones a favor de la igualdad de los derechos de la mujer, pero este cambio aún no llega a muchos lugares y tristemente uno de ellos es nuestro país.
México es el segundo país más poblado de América Latina, con poco más de 127 millones de habitantes, de los cuales 53.2 % son mujeres y casi 79% vive en áreas urbanas donde las diferencias económicas, sociales y territoriales, así como las constantes desventajas sociales y los altos índices de discriminación, son la causa y la consecuencia de la continua falta de participación en los beneficios y recursos sociales de diversos sectores de la población, principalmente de mujeres y niñas, población indígena y migrantes.
Un de las preocupaciones más fuertes es la constate de violencia generalizada en diversos puntos del país, que exhiben patrones de violaciones a derechos humanos e impunidad en todos los niveles, principalmente en términos de desapariciones forzadas, tortura, detenciones arbitrarias, así como ataques a mujeres defensoras de derechos humanos y a periodistas.
Un claro ejemplo de lo mucho que nos falta por hacer en temas de igualdad de género es el reciente caso de una mujer indígena que sufrió violencia sexual masiva (acoso, manoseo, agresión verbal y física por parte de un grupo de hombres) por subir fotos consideradas indecentes catalogándola de esta manera como una trabajadora sexual.
Este no es solo un sector afectado porque la discriminación contra las mujeres indígenas se refleja en el mercado laboral, en el acceso limitado al sistema de seguridad social o de salud, las altas tasas de analfabetismo, la falta de acceso a alimentación y agua, la falta de respeto a sus derechos culturales, y la grave situación de pobreza y exclusión social que las afecta. Evocando a Octavio Paz, la mujer permanece en un rincón como una silla vieja y con la pata rota.
Nos faltan muchas cosas por cambiar y brindar una igualdad de género y un respeto a los derechos de las mujeres y así garantizar que las mujeres indígenas gocen de todos sus derechos humanos, los Estados deben adoptar medidas para empoderarlas, posibilitar su participación efectiva en la esfera civil y política, y mejorar su situación socioeconómica.
Es indispensable dotarlas y crear espacios para la participación plena y activa de las mujeres indígenas en la formulación y ejecución de políticas y programas, a nivel local, regional y nacional.
El ocho de marzo no es el día de la mujer; los derechos de la mujer deben tener vigencia todos los días. Nos resistimos a admitir que el ocho de marzo sea nuestro día, los queremos todos los días del año, sin regateos, sin manoseos y sobre todo con respeto a como vestimos, hablamos y sentimos.
Que nadie se atreva a descalificar a quienes en esta celebración irrumpen con gritos, pintas, canticos y destrozos. Es la forma en que impugnamos el rol que la sociedad nos ha impuesto. El contexto de la celebración es el desesperado grito por tantos años de opresión.
La justicia es una mentira si carece de derechos.
¡¡Queremos el reconocimiento pleno de nuestros derechos!!
No se quejen, no aguantan nada.
