Disciplinado, obsesivo y profundamente emocional. Así podríamos definir a Juan Pablo Cardona, quien durante ocho años documentó fotográficamente el pulso que se vive en el mercado de La Lagunilla en la Ciudad de México. Con la paciencia de un arqueólogo, cada domingo ha explorado en los objetos antiguos, los comerciantes, los compradores, las calles…
Ese siempre ha sido su modo de trabajar. En entrevista, Cardona (Ciudad de México, 1979) explica que todos sus proyectos son de largo aliento, “con un lado emocional que me conecta a darle seguimiento y a desgastar las emociones de cada uno de los lugares”.
Y justo fue lo que hizo en La Lagunilla: ir hasta lo más profundo de esas emociones, que hoy, ocho años después, se traducen en miles de imágenes, algunas de las cuales ya pudo apreciar el público en la XVIII Bienal de Fotografía 2018.
Cardona llegó primero como un visitante más: en busca de muebles para su nuevo hogar. De inmediato quedó hechizado por los miles de objetos que ahí conviven, casi de manera inexplicable, en las banquetas. Sin embargo, no sacó la cámara; esperó un tiempo para acostumbrarse un poquito al lugar. “Fue hasta que comencé a sentir una cierta familiaridad con el espacio, que comencé a retratarlo”, relata un Cardona nostálgico por un México que se niega a desaparecer.
¿Cuál es esa conexión emocional que te lleva a retratar La Lagunilla?
En los proyectos documentales se parte de un punto: retratar la realidad, pero eso es muy frío realmente. Lo que realmente me llevó a documentar La Lagunilla fue a resignificar los objetos que ahí se encontraban. Me parecía muy curioso que cosas tan personales o tan importantes o tan bellas estuvieran en oferta y demanda en plena banqueta; me gusta mucho la resignificación del objeto.
Soy diseñador industrial, entonces tengo la observación y el cariño a la madera, el metal, la piedra. Trato de ir desgranando todo lo que va sucediendo, y la fotografía me acompaña para documentar todo esto que digo.
Esa fue la primera línea que tomó el proyecto, después lo fui sazonando con los personajes y el entorno; luego me fui enamorando de las calles, de las situaciones, de los marchantes, de los visitantes. Pero como te comento, lo primero que me llevó fue la curiosidad de los objetos: ¿qué hacían ahí y por qué estaban hoy por hoy en una situación de reventa?
¿Tuviste algunas reglas al momento de fotografiar?
El proyecto de La Lagunilla tiene mucho realismo mágico, por lo tanto, no necesité de una intervención o una orquestación de imagen. Realmente traté de ser muy ortodoxo en ese sentido. No quiere decir que no lo haga, no tengo ningún problema en decirlo, pero este proyecto fluyó con las escenas y escenarios, personajes en contexto, que me dieran esa parte que solamente en la Ciudad de México puedes encontrar.
Al inicio, mis reglas eran más estéticas, de decir: ‘Lo único que quiero retratar son objetos antiguos’, Pero, como te digo, después me fui abriendo a los personajes. Con la confianza que fui ganando fui pasando de una cuadra a otra, sin llegar a Tepito, porque la Lagunilla y Tepito tienen una fina línea que los separa. Siempre me he mantenido del lado de La Lagunilla, que es calle Comonfort con avenida Reforma y hasta casi con Tlatelolco.
Mi regla era ser muy purista con todo lo que veía, los personajes, las situaciones. Siempre retraté La Lagunilla en domingo, día en que la situación del tianguis es única.
– ¿Qué tan difícil fue no ver a La Lagunilla sólo como una escenografía?
La Lagunilla puede parecer muy atractiva estéticamente, pero es muy complicada de retratar porque siempre está en movimiento, siempre está cambiando, hay mucho ruido visual. Como fotógrafo tú siempre tratas de depurar lo más posible la imagen, pero, claro, puede ser la línea más cómoda o la primera en encontrar como fotógrafo.
Pero mi ojo no ve esa parte; siempre ha tratado de enfocarse en las emociones que hay en ese momento, en el instante decisivo. Por supuesto que, como primer ensayo, tengo un pequeño libro que edité hace mucho tiempo con las primeras escenas de La Lagunilla, que es justo lo que tú dices: montajes orquestados preciosos, donde está la maleta vieja, el reloj, el anciano, sí, sí, claro que sí, pero ya después de haber visto eso, empieza la obra.
Para eso necesitas profundizar tanto en tu ojo, en tus emociones, en el lugar, y que te sientas en confianza con los personajes. Obviamente no es una cuestión inmediata, pero sucedió y por eso este proyecto ha tenido tan buena aceptación.
La Lagunilla como proyecto no tiene ningún antecedente. Ha habido muchos fotógrafos que la han retratado, pero de manera muy casual. No hay una profundización en el tema. Yolanda Andrade, Graciela Iturbide y Flor Garduño lo han hecho. Hace algunas semanas, incluso, tuve la oportunidad de conocer y fotografiar a Alfonso Cuarón que también estaba ahí retratando. Es un lugar que requiere una dignificación, es un spot de esta Ciudad de México que merece ser conocido, reconocido y, por supuesto, difundido.
Sobre el proceso de edición, Cardona detalló que lo realizó él mismo, pero que para la curaduría tuvo la ayuda de la reconocida fotógrafa española Cristina García Rodero (1949), quien lo apoyó en hacer la selección de las 35 imágenes para la Bienal de 2018. Además, contó con la colaboración de la fotógrafa mexicana Vida Yovanovich (1949).
– ¿Cuáles fueron los consejos que recibiste de la maestra García Rodero?
-Me recomendó que no usará lentes que deformen. También, que tomara a los visitantes. Hasta ese momento, el proyecto se concentraba en los marchantes, los lugares, los escenarios y las antigüedades. Me dijo que quería ver quién visita La Lagunilla, porque esto habla de cómo se va haciendo el entorno. Justo tomé esa línea y desde ese mismo domingo empezaron a salir escenas fantásticas que desfruté muchísimo hacer. Me dijo: “Discreto, pero a la cacería de personajes”.
–¿De entre tu material, tienes una fotografía predilecta?
-Sí, sí existe. Es una fotografía muy bella, muy surrealista. De hecho, no habla en sí de La Lagunilla, sino de las situaciones y objetos que caen ahí. La tomé un domingo que había caído un chubasco tremendo en la ciudad. Decidí quedarme y de repente un chaparrón de agua empezó a caer; dejó 40 centímetros de agua a esa altura de Reforma.
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Entonces empezaron a flotar muchas antigüedades; los marchantes guardaron las que eran más perecederas: muebles, ropa, telas. De repente, flotando en el agua, me encuentro una escena de una pintura en la que aparece una madre abrazando a su bebé. Entre ese cuadro hay objetos como una trompeta, unos guantes, un banco…
En el momento en que vi esa imagen… mira, hasta se me corta la voz. Es una naturaleza muerta muy estética que tiene una emoción muy aferrada, muy interna. Sin duda es la foto insignia de La Lagunilla.