En 1969 el director italiano Federico Fellini realizó una película basada en la obra homónima del senador romano Petronio, la cual pasa a ser a través del tiempo una de las primeras muestras de una historia construida a manera de novela ficcional en toda la historia.
Petronio es mencionado en la novela Quo Vadis, es nada menos que el senador que muere mientras increpa a Nerón por su horrible poesía.
La trama de la obra tiene lugar durante el reinado de Nerón y narra, a su vez, su caída y el ascenso de el pretoriano Galva. Satiricón, así, sobrevive como un compendio de las formas de vida y costumbres de la sociedad romana de la época.
La adaptación de Fellini está cargada por un surrealismo que muchos críticos han catalogado cómo pretencioso y grandilocuente y un colorido y vivacidad cósmicos, lisérgicos.
El Satiricón… es la historia de dos estudiantes romanos: Ascilto y Encolpio, en disputa por un hermoso joven de nombre Gitone, quién constituye la manzana de la discordia entre los dos amigos.
Esta bizarra (hoy día, porque en la época romana no era raro el bisexualismo o la pedofilia), historia pasional, sirve de eje a las otras que se enlazan hábilmente.
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El recorrido de Ascilto y Encolpio por aquel mundo antiguo (y que a los ojos de la era “moderna” resulta decadente y sin esperanza alguna) resulta una sagaz crítica a la caída del imperio romano, debido a la vida palaciega y desordenada de los gobernantes, y cómo ésta se reflejaba en la sociedad común.
También es Fellini buscando de manera poco convencional, los orígenes de la civilización occidental; Federico Fellini en lo más parecido que hizo a una película de ciencia ficción.
La cámara recorre de manera obsesiva los pasillos y habitaciones en que moran los comunes habitantes del imperio. Todos ellos retratados cómo auténticos personajes fellinescos: con una expresión exagerada e irreal, maquillaje y atavíos exóticos, actitudes y posturas inverosímiles y un extraño gesto; es el gran circo de Fellini en la época pasada.
Todo es experimental y bizarro para la época, y el cariz de vida desordenada y sexualidad y promiscuidad, van acorde con la década que le dio vida, por la que no pocos críticos vieron en ella un manifiesto acorde con el movimiento hippie. Los diálogos y escenas se regodean en un arte de lo grotesco.
Instantáneas del pasado
La orgía romana es representada cómo el máximo signo de decadencia moral: como el disfrute de los gobernantes y la intriga creciente de los palaciegos, sin olvidar sus asquerosos eruptos en gratitud al rico Trimalcione.
Todo construido cómo una hábil sátira a aquella era remota, desde los gestos de dominio del poderoso Trimalcione mientras está a la mesa, hasta el poeta que increpa con valentía a su soberano por que los versos que éste recita y se atribuye, no le pertenecen, y que en castigo por dicha osadía es enviado con los verdugos para que le hiervan en aceite.
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Cualquiera podría pensar que el abordaje de las diversas historias es injustificado y llevado a extremos de imprecisión, pero no es así. El hilo conductor de todas las historias es el viaje que emprende ese apuesto y en extremo afeminado Encolpio en busca de su potencia sexual perdida. Él interviene en todas las historias, directa o indirectamente, cómo un testigo presencial en aquel mundo extinto.
El filme es desconcertante aún para nuestra época, pues acepta como signos constantes la crueldad, reflejada en el principio de la película, cuando le cortan la mano a un actor en medio de las risas del auditorio; la homosexualidad, cuando Encolpio contrae matrimonio con el anciano cónsul Lica; el salvajismo, cuando han destronado a Nerón y los pretorianos degüellan a Lica; el misticismo, cuando se muestra aquella gente que cree en la divinidad de un ser hermafrodita; el canibalismo, cuando en uno de los relatos se alude: “eran épocas de Aníbal, cuando las madres asustadas abrazaban a sus hijos mordisqueados por el invasor”.
Es además una historia de fin de ciclos, pues la caída de un emperador, podía traer el fin de una época y el comienzo violento de otra, una temporalidad respetada por Fellini, quien pone el viaje iniciático de Encolpio como una serie de instantes, no necesariamente conectados, tal como en el texto de Petronio.
Todas esas historias retratan un mundo cruel, regido por el paganismo; el impulso humano; la idea de los instintos salvajes y aún a pesar de todo, la piedad y congoja con la que, en uno de los relatos, el patricio y hacendado, se corta las venas después de liberar a sus esclavos, al deponerse el régimen de Nerón y ser considerado, individuo non grato para el nuevo Emperador.
Fellini explica al respecto: “Durante el imperio de Adriano, 15,000 personas fueron diezmadas en dos días, sólo por placer… y para nosotros es una matanza, una pura barbarie, casi incomprensible” (Alpert Hollis, Fellini A Life, p.247).
Lo anterior no es un obstáculo para que “El Satiricón de Fellini” se convierta en un paseo brutal y descarnado a través de otro tiempo. Y que a la par se comprenda la influencia que este pastiche surrealista tuvo en la carrera de un cineasta tan desconcertante como Peter Greenaway.
Las herméticas simbologías de la antigüedad
Hay un cierto cariz apocalíptico en El Satiricón.., es por momentos creador de una tensión insoportable entre escena y escena. De la conclusión de una historia se pasa desenfrenadamente al inicio de otra, en dónde el espectador no averigua fácilmente el fin último de ese ensimaje de imágenes inconexas.
Es cómo la experiencia de ir al teatro avant garde, en dónde el público se convierte en actor. Es la satisfacción del voyeur al contemplar un espectáculo que cree tan lejano y en el cual de pronto, los actores, —sujetos observables con la impunidad del espectador—, las víctimas del drama, se rebelan y parecen burlarse del espectador, y tomar un papel central en la historia, lanzándole una severa imprecación al mirón, retándole desde la postura altanera que ostentan todo el tiempo frente a la cámara.
Escenas como la del terremoto, y cómo el suceso es visto con horror y estoicismo por la gente de aquel tiempo; o el nacimiento de un ser hermafrodita, y los presagios funestos que señalan su muerte; o la virilidad que sólo se recupera entre las piernas de una matrona obesa, son momentos cuya importancia se perdió para siempre, nada significan para el ser moderno las penas de la antigüedad mítica.
Es por ello que en el absorto espectador sólo queda la sensación de haber presenciado algo prohibido, asomarse por una rendija a algo que pisotea las más íntimas creencias de una civilización que se clama como moderna, algo que nos devuelve a la elucubración fellinisca: el ser humano cómo víctima; el ser humano como un ser sin falsas mitificaciones, un payaso con nariz roja dispuesto a reír a pesar de todo, aun de las peores facetas de decadencia que acompañan el ocaso de una civilización humana.
Y no se pueden dejar de lado las imágenes del final: unos muros carcomidos por el tiempo que muestran dibujos de algunos personajes de las historias relatadas a lo largo del filme. Como un último viso de lo legendario; aquello que hoy se convierte en polvo, fueron vidas humanas, seres que vivieron todo tipo de peripecias y aventuras, atados a yugos de pena eterna, regidos por dioses inmisericordes y vengativos. Pero hoy día sólo sabemos que existieron por que sus imágenes una vez floridas y llenas de vida, aparecen en viejas reliquias polvosas.
El Satiricón de Fellini, es un film que transita por los extremos de la crudeza estética, y que sirve para adentrase a un cine de propuestas más complejas.