El mago de Viena

El mago de Viena

Por el gusto de la lectura y la escritura, un hedonista, el mago de la calle Viena, delegación Coyoacán (en donde Pitol vivió y ahora habita una de sus críticas), descubre la matemática del caos, la fórmula capaz de dar Forma al flujo del lenguaje en que queda plasmado lo vivido, soñado, pensado, escuchado, visto, imaginado; sus mudanzas terrenales, mutaciones y asentamientos interiores: el itinerario de un sueño.

Este texto, como muchos de Sergio Pitol, se nutre de disquisiciones sobre arte (por ello cierto público lo repela); el cine, la ópera, la pintura son los territorios constantes evocados por el prodigio de la memoria, complementados con larvas de tramas, conversaciones escuchadas, historias vividas, geografías exóticas y por la inspiración, que es el “fruto más delicado de la memoria”.

Y es que la escritura, como lo observa Pitol, es un modo eficaz de retener, extender y ahondar esos destellos de recuerdo que surgen cotidianamente, y que se desvanecen en la bruma del caos del que surgen.

El mago de Viena (2005) es también un puente generosamente tendido para llegar a nuevas lecturas y autores de tesituras y tradiciones bastante diversas: literatura del sur de Estados Unidos, de “la Santa Madre Rusia”, de Polonia, de Inglaterra, de España. En ella se destaca la relectura como forma principal de lectura, el libro como extensión de la memoria y la imaginación.

Y justo de esas dos fuentes se nutre su literatura, combinando recuerdos, tratando de desentrañarlos y mezclarlos con la ficción, como cuando estando en Palermo es alcanzado por una bala perdida en una gresca entre mafiosos sicilianos, hecho que lo mantuvo varios días en el hospital. En la ambulancia, la enfermera y el doctor decían que el narco (refiriéndose a Pitol) quizás no llegaría con vida al sanatorio.

Reponiéndose de este percance es cuando se entera -por los diarios que le trae una enfermera española-, del golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende. Más adelante, cuando Pinochet es apresado en Londres, Pitol se alegra.

La alquimia de imaginación y memoria da a su obra un halo delirante, extravagante; editores, embajadores, cónsules, actos protocolarios, un hippie español, o enredos que parecen comedias de equivocaciones, como cuando Enrique Vila-Matas, autor de Bartleby, es confundido por una gran figura del cine español en la capital de la República de Turkmenistán, Asjabad, en donde se encuentra con Sergio Pitol cuando éste va a dar una ponencia sobre El Periquillo sarniento, de José Joaquín Fernández de Lizardi.

Este enredo lo propicia Oleg, el intérprete de Vila-Matas, cuando después de entrar casualmente a un restaurante en el que se estaba celebrando una boda, y ya pasado en copas, brinda por los novios exaltando pantagruelicamente la figura de Enrique Vila-Matas.

Y durante el transcurso de su estancia allí, aparecen fotos suyas en la primera plana de un diario local, ataviado con pantalones negros de cuero y maquillado con los ojos rasgados con delineador, dándole un aire oriental. Su figura crece y es invitado a bailes y eventos con ministros. Todo el mundo lo quiere abrazar y, por un momento, se convierte en el objeto de culto de esa ciudad.

En cambio, con Pitol la suerte fue más ingrata: no pudo estar el tiempo que él hubiera querido con su amigo, Vila-Matas, dada la repentina popularidad de este. Y el objeto oficial de su viaje, su conferencia sobre El periquillo… se convierte en un fiasco, pues unos alborotadores hacen desmanes e, incluso, alcanzan con un frutazo a Sergio Pitol.

Pitol acepta el influjo que tiene el instinto y la inspiración. En ocasiones, él mismo no sabe muchas veces lo que encontrará, por qué cauces lo llevará su pluma, su mano, el delirio de la literatura. Sabiendo diferenciar la letra viva de la muerta, lo demás es forma.

Con la Forma aparentemente se lucha, pero los susceptibles a ella, finalmente se le entregan; son adictos a “viajar por el espacio y el tiempo a través de los libros”, son quienes en la lectura ven un bien supremo tan imprescindible, como al devoto la oración.

Los interesados en seguir leyendo podrán saltar gozosamente a las lecturas recomendadas por Sergio Pitol; autores y obras que quizá, de otro modo, muchos no hubiéramos conocido. Afortunadamente su lista es larga y eso nos regocija: Bruno Schulz, Schob, Raymond Rousell, Eudora Welty, Chéjov, Tolstoi, Gogol, y un largo etcétera.

Pero a la lectura de esas obras y esos autores, hay que agregar la relectura. La relectura es un aspecto destacado por Pitol, en obras cuyo sentido no se revela del todo, pues sin ser transparentes, se muestran y ocultan las comisuras de su textura, los pliegues y recovecos en los que surgen sus posibles significados.

Sergio Pitol

A este tipo de obras, pertenecen las narraciones de Chéjov o Shakespeare, ambos “nuestros contemporáneos”, queridísimos por Pitol, y es que cada una de sus obras, leída en diferente época, suele ser siempre distinta.

Cada relectura añade o elimina matices. Proust sale en busca del tiempo perdido valiéndose de la escritura, de igual forma que Pitol se vale de diarios y delirios, soñando la realidad. Su paso por la literatura y el mundo. Los hilos de sus entramados narrativos los teje mezclando los recuerdos y la fantasía, el placer de la ambigüedad. Los misterios de su trama, intenta descifrarlos el lector, transmitiendo a la obra, su propia carga subjetiva:

“¿Quién no se ha sentido traspasado al leer […] El proceso, Los hermanos Karamazov, El Aleph, Residencia en la Tierra, Las ilusiones pérdida, Grandes esperanzas, Al faro, La Celestina, El Quijote? Un mundo nuevo se abría ante nosotros, cerrábamos el libro aturdidos, internamente transformados.”

Y cómo no sentirse uno involucrado leyendo La montaña mágica, por ejemplo, donde nos volvemos testigos de un mundo maravilloso que se abre ante nosotros. En ese mundo el lector no es un intruso, sino parte de la obra.

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En El Quijote, a excepción de Dulcinea, cada personaje femenino que aparece, es siempre más hermosa que la anterior. De igual modo, tenemos la impresión de que, para Pitol, cada narración que comenta fuera la más hermosa de cuantas hubiera leído. Suena a cliché que algunas obras son capaces de transformar la vida, pero así es. Y su lectura nos cambia porque el diálogo con la obra, es también un diálogo con uno mismo.