Vamos por el quinto año

Vamos por quinto año

Ya está en marcha el quinto año de gobierno de López Obrador y es muy probable que no imaginara el desastre que viene arrastrando. Lo más exitoso de su administración es la marcha que logró juntar a más de un millón de sus simpatizantes en Paseo de la Reforma y que le tomó caminar algo así como seis horas un trayecto de poco menos de cuatro kilómetros.

A estas alturas, López Obrador quería a todos, propios y opositores, rendidos a sus pies e implorando continuidad en algo que sólo existe en la mente del presidente y su séquito de incondicionales que se llama 4T. La lista de pendientes es larga y se irá como los mandatarios anteriores, con la deuda de no haber estado a la altura de las circunstancias.

Desde la campaña y por la gran corrupción del sexenio peñista, López Obrador hizo promesas de campaña que a todas luces se sabía que no iba a cumplir, pero qué más da si todos lo hacen. Aunque este era el primer candidato ganador de la “izquierda” mexicana, el principal cuestionamiento de ayer y de hoy es que nunca diagnosticó, no midió, nunca explicaba cuál sería el método y así le escuchamos varios desatinos como la forma de extraer petróleo.

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Y bueno, ya en la presidencia nos dijo que llegaríamos a tener un sistema de salud como los mejores del mundo, particularmente como Dinamarca. En otra ocasión remató en una mañanera con aquello de que “gobernar no tiene ninguna ciencia”. Ese es nuestro folclórico y peregrino presidente.

Sin lugar a dudas, lo que más preocupa a la sociedad, no importa quién gobierne, es la salud y la seguridad, porque en ello se puede ir la vida. López acusa un gran fracaso en todos los frentes, pero la seguridad y la salud terminan por desnudar a un régimen que sólo sabe construir desde la narrativa de la división y la culpa.

Ahí queda el mal manejo de la pandemia que ha dejado 330 mil 495 muertos; la extinción del Seguro Popular, dejando a 35.7 millones de personas en el desamparo; la transición en el peor momento al INSABI, que terminó siendo un fracaso; la carencia de medicamentos, que ha cobrado la vida de más de 3 mil menores que padecían cáncer y 5 mil pacientes con VIH, además de aceptar que no sabe cómo le van a hacer para llegar a los primeros lugares en servicios de salud pública.

Sobre el otro tema, el de la seguridad, sigue repitiendo aquello de “abrazos, no balazos”. Claro que se entiende que era para la bonita retórica del discurso en los mítines, pero en la realidad nos pone contra la pared.

A estas alturas, el sexenio de López Obrador suma 140 mil 555 homicidios, convirtiéndose en el más violento por encima del de Felipe Calderón y sólo es cuestión de tiempo para rebasar los niveles de violencia de la administración de Enrique Peña Nieto. Aunque Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad, afirma que la estrategia funciona, todos los días hay asesinatos dolosos y aquello que tanto negaba el presidente sigue ocurriendo; las masacres existen y ya se cuentan 45 de estos terribles actos.

Como en las guerras hay territorios perdidos, la barbarie es cosa de todos los días. Hay lugares en donde no entra la Guardia Nacional o son sacados literalmente a patadas y humillados.

En las redes sociales circulan cientos de videos con imágenes de violencia; los cárteles graban cómo ejecutan sádicamente a sus rehenes. Se puede ver, por ejemplo, cómo un hombre echa a una fogata los restos de otro, destazado como res, mientras sostiene la cabeza que luego tira al fuego, esos son los abrazos del presidente y su equipo. Mientras, en Palacio Nacional se presentan cifras alegres y se declara el fin de la corrupción.

Claro que son responsables los presidentes anteriores del tiradero en el que vivimos, pero López tuvo la posibilidad de llevarlos a juicio y le tembló la mano. Le pasó la responsabilidad al pueblo bueno mediante una consulta que obtuvo el resultado que quiso. No hay justicia social para un país adolorido y enlutado desde hace tres sexenios. Vale culpar al pasado, pero también asumir responsabilidades, pues es López Obrador el que gobierna.

Estos dos rubros, el de la inseguridad y la salud, le pegan a su mercado: siempre pagan los más pobres que, por cierto, se incrementaron. Hay casi cuatro millones más y dos en pobreza extrema, a pesar de los incrementos en el salario, que ahora será de 207.44 pesos. En los programas sociales se pierde el poder adquisitivo, se los come la inflación que se registra en 8.14 %.

Pueden hacer mil marchas con más y más seguidores, seguramente no llegarían a los 30 millones que le dieron el triunfo en 2018, y aunque marcharan, ni así se convertiría en un gobierno exitoso… pero mejor ahí le dejamos.

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Hasta la próxima.