Los cantos de sanación de Busi Mhlongo

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Del continente en que escribe el célebre periodista Ryszard Kapuscinski, que (en Luanda) durante cuatro siglos no hubo un solo farol para alumbrar, surge la voz de la hoy finada Busi Mhlongo.

En el amasijo de guitarras, los bailes de sacerdotisa, y enviándonos un mensaje de confort y paz, a pesar de que conoció muy pocas épocas en ese estado, pidiendo al África olvidada por el mundo, parar en su autoflagelación, es Victoria Busisiwe Mhlongo (Sudáfrica, 1947-2010).

Escuche Yehlisani’umoya Ma-Afrika 👇🏽

 MamBusi, como le dicen con reverencia en su tierra, tuvo un caudal de influencias de músicas occidentales producto de sus viajes, pero su arte siempre estuvo afianzado en la cultura zulú, en referencia a la célebre princesa Magogo, descendiente del gran Chaka y compositora nacida en 1900, virtuosa en el isigubhu, un tambor ritual y el isitolotolo, (un harpa tocada con manos y boca).

En su música, Busi elabora esa idea en que Hombres rotos por dentro destruyen mujeres, niños, familias, democracias y todos los lazos que conectan a los seres humanos; es quizá por ello que siempre trató de que su expresión artística uniera a la colectividad y la ayudara a sanar a ella interiormente.

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Con su particular apropiación del umgoma, que en la religión zulú son rituales para proteger las chozas de los rayos por medio de objetos, en Busi es la forma en que el espíritu se externa en forma de canto y baile, en que las esencias del blues, el funk, el reggae y el hip hop conviven en ella en un canto que, si bien es una protesta social en la grama, también no puede ser otra cosa que una celebración constante de estar vivo.

Como en su canción Yehlisani’umoya Ma-Afrika, en donde “las guitarras de Mkhalelwa ‘Spector’ Ngawazi y Umfazi Omnyama se unen sobre un ritmo creado por el baterista camerunés Brice Wassy y el bajista Themba ‘Ntsebe’ Ngcobo y Mholongo entrega una furiosa y dolorosa diatriba para que la violencia política pare”, describe Lloyd Gedye para Newframe.com.

Y su canto busca aliviar a su África convulsionada con la violencia doméstica que le tocó experimentar de joven, y canta en su zulú natal: Yehlisan’ umoya (Calma, aligeren sus temperamentos) / Bantu bakithi (mi gente), Ngoba kade madoda (porque por mucho tiempo, gente) / Sibulalana sodwa (nos hemos matado a nosotros mismos).

Y luego deja que las danzas rituales de su religión, que las guitarras acústicas engarzadas como odaliscas y que el bajo y batería asimilados de su amado funk de George Clinton y James Brown, nos entreguen a una cosa mejor que esa violencia incesante del continente negro, visto no sólo como su Sudáfrica natal, sino como un continente: Washonaph’ unembeza (A dónde ha ido nuestra conciencia) / Sibulalana sodwa (nos estamos matando a nosotros mismos.)

Temas universales en que Busi prefiere abrazarnos y ayudarnos a sanar, porque ella misma era una persona dañada y no deseaba lo mismo para nosotros.

A Busi se le escuchaba mejor en vivo:

Una vida difícil

Su primer álbum fue grabado en Sudáfrica en 1993, llamado Babhemu (Sheer Sounds Records) y aborda las experiencias europeas de Busi durante todo su exilio voluntario, 35 años después de comenzar su carrera artística.

Y es que Busi era una paria, quería figurar en el género musical Maskandi, un espacio que en la época prácticamente era exclusivo de intérpretes masculinos, quizá es una de las razones por las que fue durante décadas más popular en Europa y Estados Unidos que en Sudáfrica, aunque en la actualidad es considerada un tesoro nacional en la tierra de Mandela.

Mholongo estuvo de tour por Mozambique y Angola con una troupé portuguesa de cabaret e hizo de Lisboa, Portugal, su centro de operaciones por muchos años.

A mediados de los ochenta, Mholongo regresó a Sudáfrica con la banda Twasa, pero el apartheid había convertido las poblaciones en zonas de guerra.

Babhemu, de su primer álbum del mismo nombre:

Ella misma era producto de la violencia doméstica. El padre de Busi la abandonó a ella y a su madre, que era una trabajadora doméstica, en un ambiente en que las mujeres eran violadas con rutina.

Poco tiempo pasó antes de que averiguara que ese trauma era el menor de sus problemas. Batalló con el cáncer desde 1974 cuando vivió brevemente en Estados Unidos.

Llegó a someterse a una mastectomía, un estado que siempre quiso ocultar de la opinión pública, pues no quería convertirse el emblema de la lucha de la mujer contra el cáncer.

No deseaba que sintieran lástima por ella, prefería el trabajo, porque, además de tener un temperamento explosivo, también lidiaba con un complejo de víctima.

Toda su vida se quejó de que nunca recibió el dinero justo por su trabajo, estar con ella era una tarea que muy pocos podían soportar, pero aún así, en su música nunca reflejó inquina o revanchismo por un mundo que parecía odiarla.

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Hasta su muerte en 2010, Busi pasó su vida lidiando con una relación distante con su hija, que terminó influyendo en el agravamiento de su salud. Sólo la música la reconciliaba con la realidad y a ella se entregó por el tiempo que pudo. 

‘Lo real reconoce lo real’

La música de Busi interioriza en el escucha las máximas de una lucha tanto regional como local, “es como si ella intuitivamente haya internalizado los temas líricos antes de transferirlos a nuestra propia consciencia colectiva y luego al escucha para que ya no se puedan separar”, escribe Kwanale Sosibo, crítico musical. 

Y es que era sobrenatural que de esa diminuta mujer proviniera una voz tan poderosa y pasional, y que su propuesta reconciliara de tal forma el pasado mítico con la modernidad y que su persona en el escenario, bailando y tocando su isigubhu, llegara a universalizar de esa forma tanto el llanto como la alegría de todo un continente. 

La muestra de que Busi creó en la música el escape perfecto, es su hoy considerada obra maestra, Urban Zulu (1998, Melt 2000), que ganó tres South African Music Awards y está próxima a ser reeditada para celebrar el aniversario luctuoso de la recordada Zulu Rock Queen.

Ukuthula, del Urban Zulu:

 Busi era fan de Jimi Hendrix, George Clinton y Bootsy Collins, el renombrado bajista de James Brown y tenía un feeling irreal para captar el talento y asimilarlo en su expresión. Algunos de sus pocos allegados comentan que podía pasar doce horas seguidas escuchando música.

“Como todos los sabios y alquimistas en años pasados, Busi fue la fan consumada. Lo que significa que sabía reconocer el talento cuando lo encontraba. En jerga hiphopera, ‘lo real reconoce lo real’”, escribió Bongani Madondo, compañero de correrías de Busi durante décadas, para africascountry.com

Y es lo palpable en Urban Zulu, donde los cantos de esperanza, protesta y sanación se unen a lo más acabado y sensorial de la música occidental, porque Busi jamás dejó de fumar insangu (mariguana) y no era hipócrita con ello, simplemente ese estado la liberaba, la música era el santuario lejos de una vida en que respirar ya era doloroso.

Meditación de la reina zulú

Hoy día en Inanda, cerca de Durbán, en Sudáfrica, la imagen de MamBusi acompaña muchos altares, mientras se eleva el humo sagrado. En la muerte, las danzas que piden a los dioses no mandar más rayos se convirtieron en la energía de un pueblo, de la mujer que le ganó a los severos y puristas del Maskandi, que ahora, pese a serios dogmas ancestrales, tienen que aceptarla en el santoral.

Es esa lucha, hoy quizá se llamaría feminista, la que perdura en gran parte de la obra de Busi, exigiendo la dignidad para la mujer vejada con rutina, en un país, en un continente, donde la violación sistemática es un arma de dominio e ignorancia. MamBusi, a diez años de fallecida, sigue cautivando a sus escuchas. 

“Ella no se inclina y es inconquistable: a pesar de las cicatrices que deja, ningún hombre puede ganarle”, escribió con vehemencia el periodista Niren Tolsi tras presenciar un concierto de Busi, para el medio mg.co.za. 

Y es esa actitud la que el escucha debe atender cuando escucha su obra, “usaba un rango vocal que era asombroso en su alcance. Uno que hería a la gente o que la llevaba a la alegría, pero siempre capturaba sus almas”, señala un emocionado Tolsi.

Muy cierto, la música de Busi es un ritual de sanación ante la peste de la guerra, un canto de resistencia que continuará cantándose.

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.