El golpe que la Suprema Corte de Justicia de la Nación le propinó al presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, lo tiene furioso y así lo manifestó en la mañanera llamando a los ocho ministros “facciosos” y que actuaron por interés político.
López Obrador es un tipo limitado en su discurso, con frases hechas y rutinas aprendidas, pero habrá que reconocerle que a la hora de verter insultos tiene una gran habilidad. Es un maestro para la división y así se han ido más de cuatro años de su mandato. A 16 meses de que entregue la banda presidencial nada va a cambiar; seguirán los fracasos y aquello de ser autoritario, de darle un gran poder al Ejército, que ahora lo tiene sujeto.
Aquí se lo dije cuando se discutía la posibilidad de que la Guardia Nacional estuviera bajo el mando de la Sedena. Eso era tanto como aceptar que Felipe Calderón tenía la razón y con la aprobación se la terminaron dando.
En tiempos del calderonato la mayoría de los que hoy son gobierno se rasgaban las vestiduras; se tomaban fotografías con mensajes que decían: “No a la militarización” y en los discursos en los mítines de López Obrador, Jesusa Rodríguez se desgañitaba en el micrófono con mensajes en contra. Lo mismo que los propagandistas como Epigmenio Ibarra, otros escribían sobre los riesgos y luego ya como funcionarios se les olvidó, justificaron la determinación como si la honestidad de López fuera suficiente.
En los tiempos de Calderón, Peña Nieto y ahora de López Obrador, debemos reconocer que la militarización avanzó, pero fue el sexenio del último mencionado que empoderó a los de verde olivo: les dio dinero, los volvió empresarios, administradores, constructores y el secretario de Gobernación no descarta la posibilidad de que un militar sea candidato y luego presidente.
No se puede olvidar que fue el mismo tabasqueño que hablaba de la “mafia del poder” y terminó defendiendo al general Salvador Cienfuegos, acusado de cargos de narcotráfico y lavado de dinero en Estados Unidos para luego exonerarlo de facto porque consideraron que era una injusticia. Después la periodista Anabel Hernández diría que se trató de presión por parte de Luis Crescencio Sandoval.
No han sido días positivos para las Fuerzas Armadas ni para su comandante supremo, a quien últimamente todo le sale mal. Se les ha acusado de espiar a defensores de los derechos humanos sin las respectivas órdenes judiciales y se han reservado la información por cinco años del software Pegasus que siguen utilizando.
Recientemente el periódico The New York Times publicó que es el Ejercito mexicano el que más celulares ha intervenido en todo el mundo. ¿Se imagina estimado lector el escándalo si hubiera sido en tiempos de Calderón y Peña? ¿Qué hubieran dicho los que hoy gobiernan? Pero son los tiempos de la 4T y guardan silencio.
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Igual que en los tres sexenios anteriores, hay que ser congruentes y aceptar que la sentencia de la SCJN es lo mejor para el país: debe desmilitarizarse. No hay evidencia de que los programas sociales estén dando resultado para bajar los índices de violencia. No hay indicios de que con mandos militares se pueda pacificar al país.
Sólo hay que ver las cifras de muertos que ya suman los 151 mil 631, más de 100 mil desaparecidos, 379 mil desplazados, y qué decir de los últimos ataques registrados por parte de la Guardia Nacional a civiles.
Esas fatídicas estadísticas están por encima de los malditos neoliberales. O sea que la estrategia de los “abrazos y no balazos” simplemente no funciona, otro fracaso de López Obrador. No falta mucho para que se vaya el presidente y el que venga tendrá que enfrentar el gran poder castrense que terminó por doblar al presidente. Que no se quejen, se cumplió lo que pidieron: ¡no a la militarización!… pero mejor ahí lo dejamos.
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Hasta la próxima.