Desde el lejano año 2000 en que López Obrador compitió y ganó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, comenzó a construir su discurso de austeridad republicana y de que eran diferentes a los que habían gobernado hasta entonces. Muchos le dimos el beneficio de la duda porque es justo aquello de que “por el bien de todos, primero los pobres”.
Esa frase la ha escupido López por lo menos 22 años y tres campañas presidenciales. Claro que la fue perfeccionando. Afinó los detalles que lo convirtieron en un caudillo, luego en un mártir y después en mesías, pero nunca presidente.
Así, López Obrador y su primer círculo se envolvieron en la bandera de acabar con la corrupción. Esa era una de sus principales encomiendas cuando llegó a la presidencia en 2018. Su catapulta fue la fallida guerra contra el narcotráfico de Felipe Calderón que dio como resultado un baño de sangre con sus 120 mil 463 muertos.
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La obscena corrupción del sexenio de Enrique Peña Nieto con los desvíos de “la Casa Blanca”, sobornos para votar las reformas estructurales del Estado, la “Estafa Maestra”, y un sinnúmero de acusaciones, le abrieron el camino al tabasqueño. Ante su inminente triunfo, a Peña no le quedó de otra más que buscar un pacto de impunidad. Cada día de la 4T queda de manifiesto el respeto por su antecesor: era parte de la “mafia del poder” y ahora es “el licenciado Peña”.
“Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan… ¡Mi plumaje es de esos!”, decía el poeta Salvador Díaz Mirón y el presidente lo repite como mantra, como si eso fuera suficiente para terminar con la corrupción.
Así lo dijo en varias entrevistas: que con su ejemplo sería suficiente para terminar con los corruptos del gobierno; de nuevo falló y le mintió a sus gobernados. A estas alturas del sexenio tiene cero oportunidades para corregir. El corte de caja es negativo en todos los sectores y si a Peña Nieto se le terminó el sexenio con los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, a López se le terminó con la sustracción de la información por parte de “Guacamaya”.
En un primer momento quiso minimizar el caso del robo informático; dijo que todo eso ya se sabía. Luego quiso bajarle al tema poniendo canciones de su paisano Chico Che, pero la realidad es que es un golpe durísimo para quien dice encabezar un “proyecto transformador”, y que terminó convirtiéndose en una fiesta degenerada con corruptelas, desvíos, fraudes, compadrazgos, nepotismo y todo aquello que según había quedado en el pasado.
Hoy “GuacamayaLeaks” los desnuda y hay que sumar la aparición del libro El rey del cash, donde aparecerán nombres de sus cercanos que manejaron la campaña y luego los volvió funcionarios del gobierno federal.
Me dicen que el revuelo que ha causado el libro de Elena Chávez y “Guacamaya” trae muy nerviosos a personajes como Mario Delgado, César Yáñez, Jesús Ramírez Cuevas, Alejandro Esquer, Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum, incluso gobernadores. Así que podemos esperar a un presidente más furioso y a sus hordas hasta violentas.
Además, entre lo filtrado está el uso de efectivos de las Fuerzas Armadas para acompañar a sus familiares en los viajes que realizan. Se trata de su hijo menor y su esposa. A esto se suma que la Sedena ha tenido conocimiento de que existen relaciones entre autoridades y crimen organizado, la corrupción en aduanas y de igual manera la venta de armas de uso exclusivo del Ejército al narco.
Lo más grave es que esto se da en un contexto donde aumentaron el tiempo de labores en tareas de seguridad pública a los militares. Así que la cuerda terminó por romperse por lo más delgado. López Obrador no es austero más que en el discurso, ni terminó con la corrupción, tal como lo prometió. Es un ave que está manchada de fango y así debe pasar a la historia, sin corta pisas… pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.