Advertencia, spoilers sobre la trama
Recuerdo muy bien cuando Justin Bieber era un mocoso que cantaba como los mismísimos ángeles. Recuerdo que una diva del pop de esa época hizo una declaración que sigo recordando: “canta maravilloso y eso que aún no conoce una vagina”. El Pinocho de Guillermo del Toro está condenado a no conocer jamás una y esa es su particular historia de terror, es decir, será un niño siempre. Es un niño de madera, ni siquiera un Peter Pan empeñado en prolongar su juventud: Pinocho es un niño que se queda por siempre en esa fase.
Y la propia poesía de Del Toro reluce al advertirlo cuando la muerte aparece y dice: “Los niños de verdad no vuelven”, algo que Geppetto, empeñado en su imagen idílica del pasado, no entiende; que su mismo hijo Carlo jamás sería siempre el sonriente muchachito bailando en los zapatos de madera que le confeccionó; que tarde o temprano dejaría de ser un niño. Es decir, no entiende que todo acaba.
Aunque no creo que la versión de un cuento infantil del tapatío sea tan impactante como Watership Down (El Príncipe de los conejos, 1978) o la misma Coraline (Coraline y la puerta secreta, 2009), que cargan una fama de películas “infantiles”, que a mitad de función los padres se preguntaban por qué habían sido tan cándidos como para dejar que sus hijos las vieran. Películas elaboradas como fábulas cautelares que finalmente tienen el propósito de decirle a la niñez ensimismada, en su edén idílico, que allá afuera está la vida real, con la que les tocará lidiar.
Es hasta pedagogía pura, aunque al paso del tiempo, las generaciones llevadas a despertar con esas obras culturales, seguimos creyendo que se les pasó un poquito la mano; en algunos ha sobrevivido incluso como un trauma recurrente. Y recuerdo que soy un niño de la generación Remi (1977), marcado desde entonces por la muerte del Señor Vitalis.
La versión de Pinocho de Del Toro toma bastante del estilo del musical Sweeney Todd (El barbero demoniaco de la calle Fleet, 2007) para suavizar un poco el amargo brebaje por medio de números musicales, donde Ewan McGreggor (como el Cricket) resucita su alter ego (y canta bastante bien) de Moulin Rouge! (Amor en rojo, 2001) y Gregory Mann (Pinocho) demuestra que tiene una voz apta para transmitir un aire de caótica e infantil travesura, o lo tendrá mientras tenga esa chillona voz de niñito.

Parte del universo de Guillermo
Con su versión de Pinocho, Del Toro expande su propio universo de fantasía oscura y con ello ya deja bastantes aclaraciones por el camino. Porque recurre otra vez al villano fascista, Podesta (con voz de su adorado Hellboy, Ron Perlman), aunque no igual de diabólico que Jacinto, Vidal, Strickland y Lilith Ritter de sus pasadas cintas.
Porque en Pinocho hay una convivencia entre la fantasía benigna y la fantasía oscura, de la que Del Toro es un consolidado maestro, evidenciado también por su reciente serie para Netflix, El gabinete de curiosidades de Guillermo Del Toro, (2022).
El villano real es el fascismo, que justifica la condición de niño de madera de Pinocho: “A este niño anómalo le falta disciplina. Pero parece fuerte, hecho de un buen pino italiano”, dice Podesta. Algo que no deja de sugerir ese timbre de realidad sin cocer que arruina la fantasía en sus tramas y consume siempre a sus niños de la guerra. Al final, la tragedia de todos los niños de Del Toro es que no terminaron su historia, la violencia de la guerra les arrebató todo.
Es en Carlo (al que Del Toro bautizó así en honor al autor de la novela), el hijo de Geppetto, al que emparenta por medio del estallido (otra vez de una bomba, que Carlo, en su bendita imaginación infantil, ve como el resplandor de Jesucristo clavado en el madero) con su Jaime, Santi y Carlos, de El Espinazo del Diablo (2001) e incluso con Ofelia, de El Laberinto del Fauno (2006), cuya tragedia es haber sido niños, cuya vida terminó antes de tiempo por causa del monstruoso fascismo y de la guerra.
Para Pinocho, el autor maneja los dos tipos de fantasía: la benigna del espíritu de la madera, en práctico homenaje a Hayao Miyazaki (con voz de Tilda Swinton), que sólo va de paso, y es vista por Cricket.
Y la oscura, de la muerte, la enigmática hermana del espíritu de la madera -ambos diseños recuerdan al Fauno, casualmente- y que le pide a Pinocho aguardar a que se consuma la arena en el reloj para dejarlo volver a su vida, a su tragedia en vida: vida eterna, y para colmo, seguir volviendo como un niño, mientras verá cómo todos crecen y morirán a su alrededor.
Por ello es quizá más que benigno cuando la historia posterior de Pinocho nos es vedada de ver, cuando el muñeco de madera ya ha sepultado a Geppetto y a Cricket junto a Carlo. La vida pasa y Pinocho emprende otra aventura ajena a nosotros. Y la niñez y todo, en general, nos dice Del Toro, es esa piña de pino que abre y cierra su película.
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Pinocho de Guillermo del Toro es un eslabón que conecta perfecto con su obra anterior, pero respeta excesivamente su naturaleza de película infantil con una dosis muy soportable de su patentada fantasía oscura. Los números musicales, aunque bastante disfrutables (en especial los de McGregor), desconciertan y suavizan excesivamente, lo que pudo ser una deliciosa píldora envenenada, para traumatizar a las nuevas generaciones.

La puedes ver en la Cineteca o en Netflix.
Ve aquí el tráiler de Pinocho de Guillermo del Toro:
Lanzamiento: 9 de diciembre de 2022 (México); País de origen: Estados Unidos/México/Francia; Idioma: Inglés; Director: Guillermo del Toro/ Mark Gustafson; Guion: Guillermo del Toro y Patrick McHale, basados en la novela Pinocchio, de Carlo Collodi; Con: Ewan McGregor (Cricket, voz); David Bradley (Geppetto, voz); Gregory Mann (Pinocchio, voz); Ron Perlman (Podesta, voz); Cate Blanchett (Spazzatura, voz); Christoph Waltz (Conde Volpe, voz); Tilda Swinton (Espíritu de la madera, voz).
Duración: 1 hora, 57 minutos.