Hace 28 años murió asesinado Luis Donaldo Colosio en la ciudad de Tijuana. Un tiempo largo que permite establecer los costos para el país de aquella tragedia.
Al ser el candidato del PRI, Colosio se convertiría en presidente de la República. En ese momento la oposición no tenía ni la fuerza ni la organización para derrotar al partido en el poder.
Su muerte afectó los planes del grupo en el poder. El presidente Carlos Salinas no tenía un plan B, porque Colosio siempre fue su plan. Así se observa en la propia trayectoria del sonorense: diputado federal, senador, presidente del PRI y secretario de Desarrollo Social.
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Cuando lo designaron candidato a la presidencia del PRI, en un discurso que pronunció en la explanada de la sede central de su partido, en Insurgentes Norte, dejó muy claro el mensaje de pertenencia, de trabajo con las bases y de conocimiento de los liderazgos.
Colosio, a diferencia de Salinas, tuvo la prueba de las urnas y la pasó con sobresaliente. El objetivo era despojar a Colosio de las criticas que existían respecto al grupo en el poder, por su carácter más técnico que político, por su experiencia más en los escritorios, que gastando suela en los terregosos caminos del país.
Esto era relativo, porque pocos gobiernos han tenido un proyecto social tan ambicioso como el de Salinas, pero a nivel de estrategia era correcto que el sucesor tuviera ese baño de política y de pueblo dentro de las tradiciones más arraigadas en la élite del oficialismo.
Por eso el asesinato de Colosio significó también la ruptura de un proyecto e inclusive dividió al grupo que se mantuvo unido hasta esa tarde de mala memoria en Tijuana.
Al margen de las investigaciones de la PGR, que son bastante sólidas, la muerte del candidato tuvo un impacto poderoso en las relaciones del propio poder. El presidente Salinas tuvo que decidir quién sería el relevo en la candidatura, en un contexto de múltiples presiones e intentos de destapes anticipados.
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A casi 30 años de aquellos acontecimientos, vale la pena recordar la vena democrática de Colosio, el reconocimiento de las primeras derrotas del PRI en el norte del país y su apertura para los cambios que ya estaban en marcha.
Esto importa, porque aquel legado no tiene nada que ver con el viejo PRI, con el mastodonte autoritario que ahora renace con otros colores, pero con las mimas dinámicas y reflejos.