Cuando no hay claridad sobre el horizonte sucesorio, se organizan pasarelas. Eso hizo el presidente Miguel de la Madrid en 1987. Las tensiones en el PRI iban en aumento, muchas de ellas derivadas del surgimiento de la Corriente Democrática que encabezaban Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Efigenia Martínez, quienes pedían apertura en proceso de designación del candidato.
Jorge de la Vega Domínguez, el líder de los priistas, organizó encuentros con los seis aspirantes, todos ellos funcionarios relevantes del gabinete: Carlos Salinas, Programación y Presupuesto; Manuel Bartlett, Gobernación; Alfredo del Mazo, Energía; Miguel González Avelar, Educación. A ellos se sumaban el jefe del Departamento del Distrito Federal, Ramón Aguirre y el procurador Sergio García Ramírez.
La mecánica consistió en encuentros con los liderazgos priistas, en los que los participantes expondrían su visión y proyecto en 45 minutos. La prensa atestiguó las exposiciones y los cronistas se fijaron en gestos, matices y medición de los aplausos.
En las columnas política se consignaba cada detalle que pudiera significar una señal. Por ejemplo, llamó la atención que De la Vega prolongara sus aplausos luego de escuchar a Del Mazo. ¿Sería el mexiquense?, se preguntaban los opinadores.
De entre ellos saldría el candidato del PRI a la presidencia de la República y, por ello, seguro ganador de los comicios que se realizarían al siguiente año.
Todos sabían que la decisión seguía siendo del presidente De la Madrid, pero se cuidaban de cometer errores, pero propiciaban alguna zancadilla a sus colegas.
Por ejemplo, el día de la participación de Salinas, un grupo de mujeres llevaba pancartas protestando por la política económica. Pocos se atreverían a una descortesía y a una toma de posición arriesgada, al confrontar a uno de los prospectos con mayores posibilidades y, por ello, se intuyó que los responsables eran personajes del poderoso sindicato petrolero.
En todo caso era una señal de que la vieja estructura del sistema se estaba agrietando.
La Pasarela resultó un ejercicio interesante ante la opacidad que imperaba en la determinación final sobre el sucesor del presidente De la Madrid, pero no significó una transformación de las prácticas tradicionales, ni se destapó al tapado.
Tampoco significó un ejercicio que abonara a la unidad del partido y a la continuidad de los equipos de gobierno, ya que solo dos de los involucrados, De la Vega Domínguez, quien operó La Pasarela en su calidad de dirigente del PRI y Bartlett, que en realidad era el derrotado del procedimiento, se integrarían en el siguiente gabinete de Salinas, quien sería el ganador de la fórmula.
La Pasarela resultó un ajuste de última hora ante un procedimiento que ya no era del todo funcional en un país que se iría democratizando en las siguientes décadas.
Después de 1988 todo se complicó. Salinas optaría por Luis Donaldo Colosio en 1994, pero el asesinato del sonorense podría todo de cabeza y significaría un golpe tremendo.
Después de aquello, ningún mandatario ha conseguido que su favorito llegue al despacho presidencial. Ernesto Zedillo impulsó a Francisco Labastida, pero el ganador resultó un opositor, Vicente Fox, quien perfilaba como su relevó a Santiago Creel y el PAN terminó postulando a Felipe Calderón que alentaba a Ernesto Cordero como su prospecto más avezado, aunque la candidatura de su partido recayó en Josefina Vázquez Mota y en la contienda triunfó el PRI con Enrique Peña Nieto al que le habría gustado contar con un relevó como José Antonio Meade, pero Morena y Andrés Manuel López Obrador se hicieron del poder presidencial.
El presidente López Obrador, a su modo, está acoplando la vieja práctica del tapado, pero tiene que hacerlo abriendo el proceso de algún modo, para evitar una ruptura que le complique el 2024.
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Tiene favorita y relevo para ella, Claudia Sheinbaum y Adán Augusto López Hernández son su as y su comodín. Todo indica que el titular del Ejecutivo cuenta con la fuerza suficiente para imponerse en los parámetros de su propia sucesión, pero juega contra la dinámica de la historia y las vicisitudes del propio sistema político.
Después de todo, es la lucha por el poder y ahí sus prospectos tendrán que volar solos, aunque sea por periodos breves, en los que puede ocurrir cualquier cosa, de inmediato con Marcelo Ebrard, y en un año con quien abandere a la oposición.