Estamos en la vigilia que las reglas de la contienda electoral dan para que la ciudadanía reflexione a quién le darán su voto este domingo, día en que se juega Coahuila y el Estado de México.
Las campañas y los candidatos francamente rayan en la medianía tirándole a malos, y un par de ellos se levantará con la victoria. En el caso de la entidad mexiquense, puede representar el último clavo en el ataúd de PRI, partido hegemónico e icónico conocido a nivel mundial por aquello de “la dictadura perfecta”.
También puede ser el resquebrajamiento de la alianza Va por México, que está pegada con engrudo y que su conformación no garantiza competitividad el año próximo en la elección federal.
Si alguien tenía la duda de que Andrés Manuel López Obrador no ha participado y no lo iba a hacer en este proceso, ahí queda el comportamiento y declinaciones en Coahuila del Partido Verde y del Partido del Trabajo. No importa la militancia ni la dirigencia, menos su candidato, Ricardo Mejía Berdeja, que al final lo dejaron solo.
La instrucción vino desde Palacio Nacional y la ejecutó como siempre el dedo menor de López Obrador, pero el más dócil de todos, el presidente de Morena, Mario Delgado. Lo operó desde hace semanas y los líderes de los partidos declinantes lo sabían.
Se la cobraron a quien fuera subsecretario de seguridad de la 4T, al que convivía todos los días con el presidente desde las 6 de la mañana en el Consejo de Seguridad. Aunque diga que no se baja, el mensaje está entregado: es el candidato perdedor antes de votar.
Los del Partido del Trabajo saben vender caro su amor y así han vivido desde hace mucho con apenas un puñado de legisladores, conservando el 3% para no desaparecer y haciendo acuerdos por posiciones con los más grandes, antes con el PRD y ahora con Morena.
Hasta diputados les han prestado para que sean bancada y accedan a las prerrogativas que eso significa. En este momento, el PT no podría por sí solo ganar un estado, el próximo año tampoco, sus números son de risa: tienen 33 diputados federales, 6 senadores y 54 alcaldes, ellos lo saben, y por eso sacrificaron a su candidato de Coahuila y así amarrar la alianza con los morenos y repetir el círculo vicioso de supervivencia.
Aunque la aritmética de la política electoral no puede ser una sumatoria porque hay fragmentación del voto y desencanto, sí le van a meter ruido al candidato del PRI, Manolo Jiménez.
Las intenciones de voto, según la medición de Reforma, el Verde tendría 7%, mientras que el PT 17%, más el 25% de Armando Guadiana, sumando los tres nos da 49%, contra el 53% del PRI. Insisto, la aritmética no es así de simple en la política, pero aquello de que Morena dejaría pasar con toda libertad a los tricolores en aquella entidad terminó por derrumbarse. Se la van a jugar el domingo con todo, van a ir por los votos que les faltan, ensuciar la votación y, de no ganar, la van a llevar a los tribunales, eso lo saben hacer muy bien los que despachan en Palacio.
Mientras que, en el Estado de México, Delfina Gómez parece que se la llevará por un buen trecho. Pero, insisto, origen es destino y los que no quieren dejar el poder son los padres de las malas prácticas.
Los de Morena en aquello de la guerra de lodo se pintan solos, así que se reduce a la operación política, al acarreo, a la compra de votos; campañas de miedo que provoquen abstencionismo y luego que sea usado como factor para hacer cuentas y que se incline la balanza para uno u otro lado, eso es lo que vamos a ver el próximo domingo.
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Seamos claros, los hilos de este tipo de elecciones se mueven desde la oficina del presidente porque quiere imponer a su partido y perpetuarlo en el poder como en los mejores tiempos del PRI, aunque irónicamente parece que el PRI agoniza. Veremos qué tanta fuerza tiene la alianza… pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.