Los cimientos de la democracia se encuentran en la convivencia. Compartir un espacio significa reglamentar la coexistencia. Las normas dependen de las condiciones que prevalecen, incluyendo las experiencias colectivas, particulares y los sentimientos que florecen.
Lo que aceptamos o rechazamos, la sistematización de nuestras acciones y la aplicación que le damos en nuestra cotidianidad es nuestra cultura.
Las reglas de la convivencia se van transformando por causas imposibles de contar todas ellas en este espacio. La familia que parece tan natural en estos días ha cambiado en su concepción. En ciertas culturas compartir los mismos genes era o es, según el caso, de la mayor importancia, pero la contracultura suele presionar en toda civilización y aunque no lo parezca hay una constante negociación de conceptos en eso que intelectualmente le llaman dialéctica.
Aquello de que la familia la componen el papá, la mamá, los abuelos y los hijos ha cambiado de tal manera que hoy en día es más fácil referirse al que antes le decían mi marido, como el padre de mis hijos o la que le decían esposa como madre de mis hijas. Hoy es común percibir como familia con quien compartes un techo, que con quien compartes tus genes.
Las dimensiones de la convivencia la hacen más compleja, pues no es lo mismo una junta de vecinos que una junta en la ONU, aunque deberían tener puntos comunes: el respeto a un desarrollo diferente que causa cierta identidad, el ánimo de ser solidarios, el intercambio de bienes con sentido de justicia y la disposición de dialogar sin agredir.
Con la tecnología, el control del Estado sobre la sociedad disminuyó, pero también el control sobre el Estado se dificultó. Se dice que nos convertimos en una aldea global; sin embargo, no deja de haber puntos en el mapa que imponen sus condiciones.
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Estamos en un momento crítico en que la hegemonía está cambiando y el sentimiento de muchos es el mismo de cuando tenemos la boleta electoral en la mano y sentimos que no hay por quién votar.
De un lado hay quienes se han declarado históricamente como los defensores de la democracia, aunque hoy tienen cambios en la alineación. La Alemania que en los conflictos pasados representó el papel de los autoritarios, hoy está del lado de quienes tienen preso Jules Assange por expresarse libremente y con los nazis, pero en Ucrania.
Una convivencia en la que unos pocos, muy pocos, viven en grandes muy grandes residencias y otros, que no son pocos, viven debajo de los puentes, no es una democracia.
Pero, del otro lado, ni China ni Rusia han experimentado en su historia un intento democrático.
Como escuché decir a Juan Carlos Monedero: quien paga la película, pone al antagonista, y los medios occidentales en su mayoría ponen en este papel a Putin, personaje difícil de comprender que lo mismo apoya a Cuba y a Venezuela y es apoyado por Corea del norte, pero tiene defensores entre los conferencistas muy conservadores.
China se proyecta como la mayor economía del mundo, en un mundo en que quien paga manda. No es ni se expresa como un país democrático contradictorio; es una cultura de muchos años que se ha venido transformando.
Hoy en día tiene un modelo político como lo manda el comunismo de un solo partido y esa sí es una contradicción, porque un partido, como su nombre lo indica, es una parte de la población, no es el todo, y tiene un modelo económico en que el Estado organiza la economía, aunque haya iniciativa privada.
Lo que lamento es que no se ve en el futuro (si es que tenemos futuro) un espacio alternativo firme. La socialdemocracia, que hace poco renació en los países escandinavos, se ha enganchado a los intereses del capital norteamericano de tal manera que abandonó la neutralidad que la caracterizaba.
Por lo pronto, yo voto por la democratización de la convivencia global, que respeta identidades, en donde todo modo de producción es válido (empresas mixtas, públicas privadas, de autogestión), pero lo que no es válido es el acaparamiento, la especulación, la manipulación, la guerra como recurso económico, las exageradas tasas de ganancia y la precariedad en el salario.
Voto a favor de que los medios de comunicación se democraticen y la verdad sea una búsqueda constante y escuchemos todas las versiones y tengamos frente a nuestros ojos ambas versiones en un conflicto.
Voto porque la democracia no sea una hipocresía y el autoritarismo, tanto del dinero como de las autoridades públicas, no encuentren espacios que los justifiquen. Voto a favor de la paz como producto de la justicia social y no como la rendición de alguna de las partes.
Y voto a favor de que los pueblos latinoamericanos encontremos nuestro camino cada vez más democrático y de bienestar social sin la subordinación a los intereses de otras regiones.