Nuestas cuerpas no tienen precio. La prostitución es un tema del que actualmente mucho se habla, sin embargo, como bien dice la filosofa feminista Celia Amorós: “Si conceptualizamos mal, politizamos mal”.
En ese sentido me parece que nuestra mirada debería esta enfocada en el hecho de hacer visible al sistema prostitucional misógino y opresor que orilla a las mujeres a ejercer la prostitución.
Pese a que en el “Estudio de Legislación Internacional y Derecho Comparado de la Prostitución”, elaborado por la Cámara de Diputados en el 2007, en el que que coloca a la prostitución como “el intercambio libre y consentido por dos individuos adultos de relaciones sexuales por dinero o cualquier otro bien”, es indispensable desarrollar un planteamiento más profundo sobre el tema.
¿El ejercicio de la prostitución es una práctica de libre elección?
No es una libre elección por parte de las mujeres que se encuentran bajo la explotación tanto laboral como sexual, ya que al hablar de la libre elección es responsabilizar a las víctimas de la propia elección, porque libera al sistema prostitucional y victimarios de esta responsabilidad, al tiempo que los respalda.
Es parte de la violencia que nos atraviesa a las mujeres y dicho esto, tampoco se puede explicar desde la experiencia personal sino en colectividad, desde el feminismo.
El sistema prostitucional retroalimenta la desigualdad, en el cual se sigue perpetuando que las mujeres somos para uso sexual y reproductivo, solo que esta vez también se encuentra legitimado por el mercado.
Es una industria derivada del capitalismo misógino, la industria del sexo, donde proxenetas cosifican los cuerpos de las mujeres y las niñas como mercancía.
No es un tema de moralidad, tampoco de criminalizar a las mujeres que están en prostitución.
”La cuestión es la prostitución como institución, que en sí misma es una fuente inagotable de explotación sexual y económica de las mujeres prostituidas”, como señala la investigadora y escritora feminista Rosa Cobo.
De esta manera, es como retomamos a la otra filósofa feminista Ana de Miguel, que en su obra “El neoliberalismo sexual, el mito de la libre elección”, nos comparte cómo este reforzamiento patriarcal ha contribuido a la desigualdad social con la práctica de la prostitución:
“La práctica de la prostitución refuerza la concepción de las chicas/mujeres como cuerpos y trozos de los que es normal disponer y que ni siquiera suscitan el interés de preguntarse cómo y por qué están ahí. El hecho de que los varones busquen y encuentren placer sexual en personas que obviamente no les desean en absoluto es, sin duda, una importante reflexión sobre el abismo que se abre bajo la aparente igualdad y reciprocidad en las expectativas y vivencias de la sexualidad”.
Ana de Miguel, “El neoliberalismo sexual, el mito de la libre elección”
Es decir, la pobreza, la precarización laboral y la carencia de trabajos dignos son algunas de los elementos que obligan a mujeres a ejercer la prostitución.
Por eso considero que deberíamos estar cuestionando al Estado sobre las políticas pública que debe implementar para la creación de empleos dignos, ya que aunque hay un reconocimiento oficial de los derechos humanos de las mujeres, esto no garantiza que sean respetados.
Aunque nuestra carta magna de los derechos humanos de las mujeres y niñas es la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, por sus siglas en inglés), la cual ya fue firmada y ratificada por el Estado Mexicano, siempre tenemos la encomienda de perseguir el pensamiento crítico, ser vigilantes de los logros obtenidos y constantemente luchar para que no nos los quiten.
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Con historias como la de «Pretty woman«, con las que nos intentan sembrar a la fuerza la romantización del sistema prostitucional es como el patriarcado se fortalece, haciendo creer que la prostitución es una práctica de empoderamiento y autonomía económica.
Y estas historias se replican muy a menudo, sobre todo en productos comunicativos que están muy a nuestro alcance, siempre maquillando la realidad de la explotación de nuestras cuerpas, las que no tienen precio, pero que la misma estructura social se empeña en comercializar y dominar.
¡El feminismo es abolicionista!
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