Hay quienes entienden la democracia como un acto de burocracia en donde el voto es el instrumento para elegir quién administra un gobierno que está construido desde la esfera del poder.
Hay quienes la entienden como una actitud de convivencia en donde se debe buscar continuamente la manera de que los gobernados tengan las condiciones de que su voluntad los haga electores y elegibles, es decir, actores con el grado de protagonismo que la determinación de los ciudadanos y ciudadanas les dé en un espacio de respeto en la diversidad.
No está muy lejos la época en la que prevalecía la idea conservadora de un Estado unificado por la religión, leyes oligárquicas y un gobernante fuerte.
Aprender a coexistir entre diferentes concepciones de cómo debe ser la vida ha causado muchas muertes. Vivir confederados, aceptando espíritus, creencias, preferencias sexuales, diversidades étnicas, diversos fenotipos, aceptando reglas que nos den confianza es un logro en el que mucho tuvo que ver la visión federalista.
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Sin embargo, en las propuestas de los partidos políticos está muy presente la desaparición de los Órganos Públicos locales electorales, dejando el peso de las decisiones en el centro.
La igualdad esclaviza y la equidad libera. No tenemos que ser iguales a nadie, ni permitir desigualdades que den lugar a la acumulación de unos pocos y la pobreza material de los muchos, porque esto da lugar a que automáticamente los muchos, por sus requerimientos, queden al servicio de los pocos por su fortuna.
Estas concepciones son las que deben dar lugar a que los partidos políticos envíen una iniciativa de procesos electorales, si deseamos que haya coherencia entre lo que se propone y se practica. Las iniciativas de ley que se discutirán próximamente en el Poder Legislativo deben de ser una extensión de lo que internamente practican.
Si la propuesta que hacen no tiene una práctica interna, entonces lo que proponen es de dientes para afuera. Si lo que desean es que las decisiones se tomen desde el centro, ¿para qué tienen los partidos comités locales?
En la democracia los méritos son sociales, mientras que en la monarquía son cuestión de linaje, el mérito está en la sangre. En la oligarquía el bien que se persigue y consideran el mayor mérito está en la acumulación de bienes materiales. Cuando las candidaturas son de los hijos de alguien hay más de concepción monárquica que democrática; cuando los candidatos son personas con muchos bienes, poco hay de carácter democrático.
La democracia es un ánimo de ser justo. Un partido lo forman ciudadanía que se agrupa alrededor de principios que dan lugar a una propuesta de cómo debemos de vivir colectivamente.
Sus candidaturas deberían ser producto de una reflexión y experiencia que les permita candidatear a quienes de mejor manera representan sus convicciones, es decir, la primera instancia de consulta es quienes construyeron colectivamente una plataforma política con un programa de gobierno.
Quienes prenden la luz en cada reunión y la apagan, las y los que pagan sus cuotas, es la propuesta de un partido al resto de la ciudadanía.
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Manejarse por encuestas al estilo Morena es saltarse a quienes trabajan en la organización, a sus intelectuales, a quienes hacen la campaña. Y dejar la decisión aleatoriamente a quienes de hecho quién sabe si votan por Morena.
Una de las funciones de los partidos políticos es impulsar ciudadanía. Son entes de interés público y con eso se justifican los recursos económicos que reciben, pero se genera lo contrario cuando sus afiliados no son tratados como protagonistas en los procesos electorales.
No soy un conservador criticando un partido progresista, soy un socialdemócrata criticando un partido centralista, con caudillos, que dan atole con el dedo en actos demagógicos.
Pero Morena es el blanco de la crítica porque tuvo la iniciativa de ley, y es el partido en el gobierno, pero esto no quiere decir que las otras propuestas vayan en relación a los estatutos de quienes ya confeccionaron su propuesta de procesos electorales como respuesta al Ejecutivo.
Tenemos uno de los procesos electorales más caros del mundo y parece que coinciden en aceptarlo, razón por la cual las propuestas tienden a disminuir el número de diputados. Están a favor de conservar el INE con cambios de cantidad más que de calidad, y se unen en la propuesta de la segunda vuelta para elegir diputados y presidente que no obtengan más del 50 por ciento de los votos. Hasta existe la propuesta de un vicepresidente al estilo del país del norte y hasta ahí llegó su imaginación.
Legislar es pensar a corto, mediano y largo plazo. Con la segunda vuelta dejan la posibilidad de que quien represente el Poder Ejecutivo sea electo por considerarlo el menos malo y que de fondo tenga muy poca aprobación en su proyecto de país, cuando en un modelo parlamentario lo que se negocia no es la persona, sino el programa de gobierno, que es lo más importante.
Nadie se atreve a proponer un sistema relativo proporcional, eliminando los innecesarios distritos electorales y las casas de gestión de los diputados. No nace la propuesta de un modelo parlamentario o al menos semi parlamentario que reste el poder desbordante del presidencialismo. No hay una defensa del federalismo y no hay un cuestionamiento a la intromisión de la voluntad electoral a nombre de las acciones afirmativas.