Luego de casi cuatro años en la Presidencia de la República, podemos ver a un López Obrador que se nos presenta de cuerpo entero. Se cayó la imagen de un personaje sensible que busca el bienestar de las mayorías que desafortunadamente son los más pobres.
El Pejelagarto pregona un falso humanismo porque se dice interesado en los más vulnerables, pero sus decisiones lastiman; se sabe religioso, pero ni eso respeta; según la iglesia Evangélica pregona el amor, pero parece que se ha estacionado en el “¡que Dios nos ayude!”, porque la administración de la 4T es incapaz de generar seguridad para sus gobernados. No hay cómo eludir esa responsabilidad.
La estrategia contra la violencia no ha funcionado, así lo indican los índices, no son invenciones de la prensa que quiera descarrilar a una administración que sólo se basa en la narrativa esquizofrénica. La realidad es que no hay resultados positivos que coloquen a López Obrador en un buen sitio.
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No hay detenciones de los capos que se burlan de la autoridad y que ningunean a las Fuerzas Armadas. A ellos se les apapacha mientras en Palacio Nacional se niega a recibir grupos de la sociedad civil con el argumento de que se mancha la investidura presidencial, esa que no ha querido usar López Obrador.
Las redes sociales y los medios de comunicación están inundados de videos y de historias que relatan el dramatismo de lo cotidiano. La Ciudad de México ha dejado de ser ese oasis que nos decía Miguel Ángel Mancera, donde según no operaban los grupos delincuenciales.
Lo cierto es que el narcomenudeo, los homicidios y las desapariciones han crecido, pero claro, como medio gobierna Claudia Sheinbaum que es la “corcholata” favorita, hay que pregonar desde el púlpito del caudillo que es la ciudad más segura. Según un estudio del Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República, 18 de las ciudades más violentas del mundo son de nosotros.
También está documentado cómo un grupo de reporteros quedó en el fuego cruzado en Guerrero mientras cubrían un evento; en el video que circula se escuchan los disparos y una voz que grita “cúbranse”.
Se habla de que los perpetradores son de un grupo delictivo que opera en la localidad de Tula y que se denomina “Los Ardillos”. Dicho grupo tiene frecuentes enfrentamientos con autodefensas, que han decidido armarse para defender a sus comunidades.
O sea que, con todo y el Ejército en las calles y la Guardia Nacional, sigue habiendo territorios perdidos y lugares sin ley al borde la violencia, abandonados a su suerte o ¡a la buena de Dios!
Ya que hablamos de Dios y vivir a su humor, como diría Jaime Sabines, porque se le pasa la mano y nuestros gobernantes son unos inútiles, no es poca cosa el llamado que sale del mismo Vaticano por parte del Papa Francisco, un personaje del que López Obrador ha dicho que siente admiración, ante el asesinato de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, quienes ejercían su labor en la comunidad de Cerocahui, Chihuahua.
Su Santidad dijo: “¡Cuántos asesinatos en México! Estoy cerca con afecto y oración a la comunidad católica afectada por esta tragedia. Una vez más repito que la violencia no resuelve los problemas, sino que aumenta el sufrimiento innecesario”.
De nuevo permítame insistir, estimado lector: así nos miran los ojos fuera del país, nos ven consumirnos en la violencia y en una gran ola de cadáveres.
Mientras tanto, en Palacio sólo hay justificaciones, sólo palabras y culpas para el pasado, y no asumen su responsabilidad.
En actos públicos, donde han estado presentes Luis Crescencio Sandoval, titular de la Secretaría de la Defensa Nacional, y López Obrador, han gritado “¡Fue el Estado!”, en alusión a las personas desparecidas.
Hoy AMLO está muy lejos de los héroes nacionales y tiene un lugar reservado con los peores, ahí está Fox, Calderón, Peña y López, y la ciudadanía a la buena de Dios… Pero mejor ahí la dejamos.
Entre Palabras
Falla la CFE de Manuel Bartlett… ¿No que ya no habría apagones?
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Hasta la próxima.