Sobre Vietnam se pueden contar muchas cosas, muchas de las cuáles quizás los lectores ya saben y otras que ni les importan. Se podría contar, por ejemplo, de cómo comen pho mañana, tarde y noche los casi noventa millones de vietnamitas que habitan este alargado pedazo de tierra.
También se podría hablar, extensamente, de cómo son los lugares donde se toma pho, o se come Bun Cha, o se toma té helado, o el café expreso más lento del mundo o ese particularsísimo café con huevo, delicia magistral para algunos y pócima vomitiva para otros.
Sobre todo, alguien apasionado por el detalle, se detendría un rato relatando sobre la particularidad de mesas y asientos, en lo minúsculo de sus tamaños y en la sensación de estar de vuelta en Kinder Garden jugando a tomar té con las amigas, pero tanto más entretenido, porque ahora el juego se trata de tomar cerveza rica y barata acompañada de una de la gastronomías más espectaculares del mundo.
Se podría también contar de los vietnamitas y su aversión al sol y de cómo aman el arroz, sus motos y sus trajes ninja que los cubren de pies a cabeza.
Se podría intentar relatar con palabras la belleza de los campos de arroz y lo brutal de trabajar a cuarenta grados de calor bajo el sol, «a quién madruga Ho Chi Minh lo ayuda» dicen por ahí.
Y a pesar del escaso conocimiento de la cultura oriental y de la falta de entendimiento del idioma local, se puede decir que es bastante fácil instruirse a base de observación y pura osmosis.
Como por ejemplo, algunos tópicos asociados al cultivo de arroz en terrazas, especialmente cuando se anda por las montañas cerca de la frontera con China y se encuentran a algunas de las tribus Hmong, Dao Do, los Tay y los Giay o cualquiera otra de las cincuenta etnias diferentes que habitan este alargado y colorido territorio.
Ahí no hace falta más que mucha atención para ver y para luego para contar cómo se visten las tribus Hmong y cómo adornan colorida y estrambóticamente sus orejas y cabezas, de cómo hacen su ropa con fibra de cáñamo y una vez hechas, de cómo las tiñen con índigo, en un largo proceso que toma casi un año.
Ahora, si se caminan las montañas de una aldea a otra, a fuerza de voluntad, de pulmón y de piernas fuertes, también se podrá contar de como la montaña está llena de campos plantados con marihuana, campos de donde los Hmong obtienen la materia prima de sus ropas, campos que ellos no se fuman, pero sí que se fuman los viajeros de occidente y de cómo los hmong descubrieron una nueva fuente de ingresos viendo que la mayoría de los foráneos al descubrir esos campos saltaban de felicidad y se fotografiaban con caras de entusiasmo al lado de las enormes plantaciones y seguro por ahí hasta algunos trataban de estirar la manito.
Después de eso, los hmong aprendieron a hacer hachís, hachís que tampoco se fuman porque no les gusta, sino que lo hacen para venderlo a los turistas de vez en cuando y complementar así sus empobrecidas arcas familiares para los tiempos de sequía y para cuando se acaba el arroz.
También se podría hablar de los hmong y su sistema patrilineal, el cual hace que las hijas una vez casadas se muden a la aldea-tribu de su esposo y los machos de la casa se queden en el terreno de los padres, dividiéndose así el patrimonio.
Por esta razón es que algunas familias, las más previsoras, detienen la producción de hijos cuando nace el segundo o tercer “macho”, de manera de evitar el empobrecimiento de la familia, el hacinamiento y los conflictos de propiedad.
También es necesario de contar, (a modo de consejo) que muy poca gente habla inglés, sobretodo fuera de las grandes ciudades.
Por lo que muchas veces la comunicación se remite básicamente al lenguaje de señas, al uso de tecnología y a las cuatro palabras que se pueden llegar a aprender en idioma vietnamita en los primeros días.
Eso puede bastar para conseguir techo, comida y algunas cosillas extras cuando el viajero o la viajera está en esos días de talento extremo.
Días por ejemplo, en los que después de varios intentos (con ayuda incluso del gran Google Translator) no logramos conseguir incienso, pero luego gracias a la inspiración de uno de los viajeros de esta dupla se realizó una performance magistral, en la que se combinó candentes movimientos de danzas centroamericanas, rezos budistas e inclinaciones musulmanas, logrando así el objetivo y llevando al recepcionista del hotel a sacar de su altar un par de las varitas aromáticas tan ansiadas.
Y en esos momentos, tanto a viajeros como a locales les agarra una alegría extrema, unas ganas de aplaudir y de abrazarse. Todo por haber descifrado el enigma.
Y así el mismo arte, se puede llegar a usar para comprar en los mercadillos o incluso para cortarse el pelo, donde también se pueden recurrir a todas las habilidades aprendidas en aquellas largas noches de juventud de juegos de mímicas o de cualquier juego que hubiera en la ludoteca.
Así se puede lograr explicar joven peluquero vietnamita que es lo que se espera del corte y si se tiene suerte terminar mejor, muchísimo mejor que en las idas a la peluquería en habla hispana.
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A veces también es posible que el viajero quiera ir más allá y les den ganas de conocer a los noventa millones de vietnamitas y hablar más con ellos, ya no con mímicas, sino con todas las palabras del mundo para saber que piensan de su vida, del gobierno, del taoísmo, de un comunismo que después de los años noventa se contaminó tan rápido con la podredumbre capitalista.
Saber que saben de la colonización francesa, saber cuántos de sus abuelos, padres, tíos murieron en la guerra, escuchar de su propia lucha y resistencia.
Podrían también querer hablar de guerras y dignidad, de la unificación de un país que fue devorado por franceses, chinos, japoneses y gringos y por cuanto imperio se le ocurrió que este pedazo de Indochina era conquistable.
Puede ser que se quiera hablar de la nobleza de Ho Chi Minh, de sus letras eternas y revolucionarias, del aguante de estos delgados y pequeños guerreros, hablar de un país que le ganó la guerra a EE.UU con algo así como dos millones de vidas perdidas. Hablar de la herencia maldita del Agente Naranja y Napalm.
Y puede ser que al final se sientan unas ganas locas de gritar qué viva Vietnam y sus noventa millones de vietnamitas.
Qué viva la fuerza de un pueblo guerrero, que viva Ho Chi Minh y el norte, el centro y el sur unificado, que vivan las Pho, que vivan las Bia Hoi y que vivan las Banh Mi (baguettes con todo tipo de ricuras en su interior) que son probablemente la única herencia decente que ha dejado la colonización francesa en estas tierras!