Nightmare Alley, un paseo por el catálogo de monstruos de Del Toro

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Dicen que los grandes artistas sólo tienen un puñado de cosas de las que siempre hablan y a las que vuelven como TOCs sin remedio, y esa misma definición se aplica para Guillermo Del Toro en su más reciente película.

En Nightmare Alley (El Callejón de las Almas Perdidas, 2021), hay un momento maravilloso en que el tapatío parece recrear dentro de una carpa de feria ambulante, una escena con el Gollum más espantoso que pudo engendrar la modernidad descarnada: un Geek* (ver nota al final del texto), un “salvaje”, fenómeno de feria reducido a nada por sus mismos semejantes; el prototipo del hombre seriamente dañado del Siglo XXI, con la sordidez que le hubiera puesto él a las películas de El Hobbit, si la Warner no le hubiera arrancado ese bebé de los brazos (y ya vimos cómo terminó aquello). 

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Y es ese tacto para la fantasía oscura, para trasminarla en una historia “real” y ese talento para hacer un homenaje al brutal origen de los cuentos de hadas y quizá de la literatura misma: el matricidio, el parricidio, el incesto, lo que hace de su primera película desde 2017, un excitante e infaltable complemento a la filmografía del mexicano.

Nightmare Alley narra la historia de Stanton Carlisle (Bradley Cooper), estafador de poca monta que llega a una feria ambulante en Estados Unidos, luego de sepultar su pasado. Busca encajar en ese nuevo lugar, complaciendo y aprendiendo todas las artimañas del negocio, del dueño de la feria, Clem Hoatley (Willem Dafoe). Seduciendo a la vidente Zeena (Toni Collette), aprende el oficio de mentalista y va conquistando cada faceta hasta que pasa a grandes ligas, donde al conocer a la doctora Lilith Ritter (Cate Blanchett), se enterará de lo que es un verdadero monstruo.

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Adaptando la novela del mismo nombre de 1946, de William Lindsay Gresham, que tuvo una versión en película en 1947, con Tyrone Power en el papel de Stanton Carlisle; Del Toro parece como en su casa recreando, en el icónico personaje de Gresham, toda la maldad que él mismo ha vertido a lo largo de los años en su Jacinto (El Espinazo del Diablo, 2001); su Vidal (El Laberinto del Fauno, 2006) y su Richard Strickland (The Shape of Water, La Forma del Agua, 2017). 

Nutrido catálogo de engendros de vileza inenarrable que parecen extraídos de los cuentos de hadas, pero ahora pulsando y supurando en la vida real. Y esta vez somos llevados de la mano a presenciar cómo surgen esos modernos hombres pálidos (recuérdese el engendro con ojos en las manos que representa el franquismo en El Laberinto del Fauno), y lo insuficiente que a estas alturas resultan las metáforas para describir la realidad.

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Su versión de Stanton, no es distinta a ese grupo de bestias de su pasado. Es una hábil manera de Del Toro de representar a los monstruos que su comparsa Doug Jones, el Fauno y el hombre pálido, le ha ayudado a representar a lo largo de los años, en temáticas muy concretas. Jacinto y Vidal, monstruos, ambiciosos, estafadores y sin escrúpulos que son los reales devoradores de niños y Strickland (Michael Shannon), esa versión casi satánica del fundamentalismo gringo (quizá en clara alusión a Donald Trump).

Otra oda al Hollywood clásico

Siempre me ha parecido que The Shape of Water, no es otra cosa que un intento de recrear el díptico español de Del Toro: El Espinazo y El Laberinto, pero ya con recursos hollywoodenses y con la temática social de Estados Unidos como fondo. En lugar de la lacerante, e influyente en el autor, guerra civil española, ahora todo es un descarado homenaje a la era dorada de Hollywood y sus musicales. 

Y Nightmare Alley continúa con un avezado homenaje al cine negro, con la idea de representar las monstruosas creaciones intelectuales que son los villanos, como los modernos monstruos que engullen a la sociedad, enquistados en sistemas diseñados para la misma destrucción de la psique, de la carne, del ser humano y todo lo que ello significa, sólo para convertirlo en “entretenimiento”.

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Y Del Toro nos obsequia bocados de estilo inconfundibles, como la sencilla transición en autobús de Stanton, cuando llega a la feria, al comienzo de la película, similar a la que hace su Sally Hawkins (Elisa Esposito) en The Shape of Water, cuando llega a su trabajo. No son sólo giños de estilo, sino esa idea de metarrelato, de estar transitando por una pesadilla y en el universo personal de Guillermo: una línea cada vez más difuminada entre la fantasía oscura y la realidad.

No obstante, es una adaptación, y la importancia de estos personajes es conocida desde la década de los cuarenta. Tyrone Power, el famoso actor y embaucador genial, incluso decía que Stanton había sido el personaje que más le había gustado interpretar en toda su carrera. Es Del Toro quien se apropia de esa saga de degradación, con la estructura circular y un recorrido por sus propias obsesiones: con el reloj a la Cronos (1993), con la candidez e insoportable inocencia de Molly (Rooney Mara) y su abrigo rojo, que recuerda a Ofelia (Ivana Vaquero) en el Laberinto del Fauno; como los rostros que quedan hechos pulpa, (y la cámara los muestra sin recato), o la oreja rebanada que emparenta ahora a Stanton Carlisle, con el inolvidable Vidal; abominables monstruos cada vez más propios de la realidad.

Del Toro, ‘livin the dream’

Nightmare Alley me recuerda un poco a las dos películas de Paul Thomas Anderson, There Will Be Blood (Petróleo Sangriento, 2007) y The Master (Todo hombre necesita un guía, 2012), en el sentido de progresión, de la historia de Estados Unidos como pasar de la vileza a nivel rural e “inocente” (como en la Feria de Nightmare Alley), al engaño como técnica depurada y llena de ciencia, representado por el personaje de la Doctora Lilith Ritter (Cate Blanchett), ya en la urbanidad de la megalópoli.

Es crudo, porque no hay piedad para el “inocente” sur rural, las estrategias del engaño, la estafa, la maldad, son mostradas como intrincados sistemas que atrapan y destruyen al individuo. No extraña que la novela haya sido relevante en los cuarenta de la Segunda Guerra Mundial.

No obstante, hay algo que puede resultar vacío con la actitud reciente de Hollywood ante la catástrofe humana (que muchas veces ellos han contribuido a propagar), algo que suena hasta hipócrita en filmes recientes como Nomadland (2020), y Don’t Look Up, (No miren hacia arriba, 2021), que llega un momento en que uno se pregunta si no se mordieron la lengua, pues Hollywood es una de las maquinarias de carne más salvajes y crueles que existen, y si no lo creen, sólo vean la trilogía que les dedicó David Lynch.

Sin atravesar realmente las poderosas ideas políticas tras de la aviesa historia de Gresham, Del Toro sí que se apropia del estilo visual, trayendo a la vida viejas y nuevas pesadillas, tributando nuevos pasajes de su propio universo personal, nuevas simbologías a explotar en próximos proyectos. 

*Originalmente proveniente de la palabra alemana “geck”, que quiere decir tonto o simple, un término usado en los circos y carnavales para describir a un hombre o mujer salvaje. Un típico espectáculo de geeks, a mediados del Siglo XIX tendría a una persona en el escenario mordiendo la cabeza de un animal y bebiendo su sangre. A menudo arrastrado fuera, el acto de la mordedura de la cabeza era el punto culminante del performance, dejando a la audiencia con una escena de muerte y sangre. 

Fuente: https://www.imdb.com/title/tt7740496/trivia/?ref_=tt_trv_trv

Por Jesús Serrano Aldape

Jesús Serrano Aldape es escritor y periodista, graduado de la UNAM, licenciado en Ciencias de la Comunicación, se tituló con una tesis sobre el Universo Trágico de David Bowie. Le gustan la música, el cine y los videojuegos, el teatro, los deportes y la política, temas de los cuales ha escrito durante 20 años en publicaciones como Trasfondo, Milenio, Replicante, La Mosca en la Pared, entre otras.