Sudáfrica, 1902. Un criado africano negro, Shola (Djimon Hounsou), conduce el auto del que se apea Orlando Oxford (Ralph Fiennes), quien camina hacia nosotros con unos binoculares y su impecable imagen de Lord inglés blanco (blanco, por supuesto que blanco) llena el cuadro. Parece history porn, una estampa idílica para los amantes nostálgicos del imperio británico, y es apenas la primera secuencia de King’s Man (King’s Man: el origen, 2021).
Es una precuela de las dos cintas de Matthew Vaughn: Kingsman: The Secret Service (2014) y Kingsman: The Golden Circle (2017), que aprovecha el estilo, música y forma del cine MCU (Marvel Cinematic Universe), para dejar en el espectador su propia doctrina a favor de los viejos tiempos en los que el Imperio que importaba, era el británico.
Desde su apuesta por demás controversial de ennoblecer la estampa del gentleman inglés, que, por otro lado, los mismos cómicos británicos Monty Python ridiculizaron al extremo en un famoso sketch de 1970, con un gran trasfondo, satirizando la misma perfidia, tras la estampa clásica del señoritingo británico. https://bit.ly/3LJaobq
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Sí, está el vestir impecable, la elegancia, el flemático humor, lo pomposo, los símbolos y escudos heráldicos, la práctica de la caza (porque el gentleman tiene que matar algo, sea paz o guerra), la ineptitud hacia el sexo opuesto y el desprecio por las clases inferiores, en esa escena en que se alinea la numerosa servidumbre del Lord ante su llegada, con una perfecta simetría.
La fastuosidad de las mansiones de los lores y el desprecio por las mujeres (Polly, Gemma Arterton, es la excepción porque tiene la valentía de serlo, pero no deja de ser una criada que acepta su rol con orgullo).
Incluso la trama gira en torno a la negativa de Orlando de que su hijo Conrad (Harris Dickinson) se una al ejército (puro patrioterismo insulso), y a cómo la organización secreta Kingsman se dedica a dirigir el destino del mundo en donde les parezca adecuado.
Orlando Oxford no tiene empacho en acompañar al mismísimo Archiduque Francisco Fernando en su auto, y reducir el conflicto de los Balcanes a que Serbia “es un país pequeño que puede traer grandes problemas”.
Gavrilo Princip, quien asesinó al Archiduque en 1914, lo cual no fue más que un pretexto para el inicio de la Primera Guerra, es pintado aquí como el enviado de una organización tenebrosa que, por supuesto, es Rusia (siempre es Rusia o China) y todo lo que ellos representan. La cabeza con corte a cero del villano, que vemos desde atrás más de la mitad de la película, hasta parece la de Vladimir Putin, es un descaro de propaganda rusófoba.
Es la explicación de la historia como una inimaginable teoría del complot, excesos en los que también caen películas comiqueras, como esa horrenda adaptación de la obra de Alan Moore y Kevin O’Neill, The League of Extraordinary Gentlemen (2003), que hizo a Sean Connery retirarse en ese entonces del cine de súper héroes. Y King’s Man parece tomarla de modelo.
King’s Man es un spin-off (derivación) de la serie de novelas gráficas de Mark Millar y Dave Gibbons, The Secret Service (2012). Parte del llamado Millarverse, que incluye los universos ficcionales de Kick-Ass, Wanted y The Unfunnies, y el humor adulto y peculiar de los comics es preservado en el filme, por fortuna.
El perfeccionismo del imperio
La película muestra desde sus líneas perfectas, sus simetrías coincidentes, una oda descarada a una época en que Inglaterra poseía la mayor cantidad de colonias. Vaya, no es spoiler, pero el mayor “triunfo” de los protagonistas, consiste en que, en esa adulterada y manipuladora ficción histórica, los británicos decidieron la Primera Guerra, gracias a que lograron que Estados Unidos entrara a la misma a su favor.
Es tremendo, porque si es cierto que las personas cada vez leen menos y su cultura y noción de la historia la obtienen de este tipo de películas, entonces ese espectador está perdido y debería huir de verla.
Kingsman, una sastrería que sirve a la vez como sede de una organización secreta, son casi unos precursores de los Avengers (británicos), pero sin el valor de american dream. Aquí lo que se difunde es ese gusto por la flemática vida del caballero inglés, del recuerdo de sus mitos: la constante referencia de Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, no debería de pasar desapercibida. Anglofilia pura y dura.
Y todo ello en una época en que, en la vida real, Inglaterra busca resucitar su influencia ideológica en sus excolonias, lo dicen su reactivación de propaganda a favor del separatismo en Hong Kong, y sus tensiones contra Rusia y China y a favor de Estados Unidos.
En ese sentido, la película trabaja justo como las de Marvel, con su propaganda a favor del Destino Manifiesto gringo, en donde esos súper héroes son los salvadores del mundo, contra las potencias que quieren “destruir la libertad”; King’s Man es la versión posh inglesa, el Commonwealth. Adapta de forma muy acomodaticia la historia imperial de Inglaterra, y acaso logra querernos convencer de que “ya cambiaron”, pero al cinéfilo atento sabe que no lo han hecho, ni un ápice.
Con humor británico
Lo paradójico es que, si el espectador no se involucra en la propaganda descarada del Union Jack, va a pasar un muy buen rato, con el tratamiento que le da el director Matthew Vaughn (Kick-Ass, 2010; X-Men: First Generation, 2011).
El personaje de Rasputin (Rhys Ifans) se roba la primera hora de película y tiene detalles tan interesantes, como cuando en la genial pelea contra Orlando Oxford, se escucha una combinación de música de Tchaikovsky, intercalando el brutal clímax de la Obertura de 1812 con el Lago de los Cisnes, un toque de humor impecable.
Y luego por momentos, Ralph Fiennes canaliza un poco del patetismo de su Spider (película en que colaboró con David Cronenberg en 2002), con Mr. Bean, en un rango actoral que no había explorado lo suficiente el genial histrión. Fiennes es lo mejor de la película.
Las escenas de acción también son trepidantes y ponen a los protagonistas en situaciones bizarras y eso le da un aire de inventiva del que adolece el universo Marvel, que el cinéfilo disfrutará porque es refrescante. La película, fotografiada por Ben Davis (Eternals, 2021; Doctor Strange, 2016), es un dulce visual.
La música y la edición sí son totalmente una calca de las de Marvel, hasta en el mismo tono de fanfarria de los Avengers, cuando estos ya van a superar los obstáculos en puerta. Y fiel a la fórmula que todos quieren copiar (son miles de millones de dólares los que recaudan en taquilla esas películas), la escena poscréditos no deja de sugerir una siguiente película para expandir “el universo” del autor escocés Mark Millar.
Películas como esta deberían de convertirse en parodias sin ningún recato. El humor pudo llegar a cotas insospechadas si tan sólo hubieran echado toda la carne al asador y optado por algo surreal, por una comedia desternillante. Pero no, la película se toma demasiado en serio sus secuencias que tributan a los caídos en la Primera Guerra Mundial (si un conflicto armado le dolió a Gran Bretaña, ese fue la Primera Guerra), con escenas que parecen arrancadas de 1917 (2019) de Sam Mendes.
Es donde no pueden deshacerse de ese tufillo manipulador, en el que muestran también el pasado de Orlando Oxford, como asesino especial de los casacas rojas, pero que ese camino le asqueó y por eso funda la agencia Kingsman, porque es una forma “distinta” de trabajar bajo el radar, (tal vez por eso siguen dejando que Estados Unidos domine la anglósfera en la actualidad, sí, claro), algo que suena tramposo y apantalla bobos.
King’s Man es una película que se deja ver y vale la pena disfrutarla, pero sabiendo lo que se traen entre manos los cínicos manipuladores nostálgicos de la reina, que la crearon.
En cartelera en este momento.
Trailer de King’s Man: