La modita de resucitar series de los 90 continúa, y ahora le ha tocado el turno a ‘El príncipe del rap’, la serie que puso de moda a Will Smith (antes de que la infame cachetada lo volviera el hombre más quemado del mundo) y llega reformateada como un melodrama en ‘Bel-Air’, un producto de Peacock que en México se exhibe en Star+.
De hecho, la serie tiene una historia más interesante en cómo llegó a la pantalla, que lo que realmente presenta en el producto: en 2019, el cineasta independiente Morgan Cooper tuvo la audacia de hacer un ‘tráiler’ de una nueva versión imaginaria de ‘The Fresh Prince of Bel-Air’, remodelando la comedia de situación de la década de 1990 como un drama duro al estilo de ‘Empire’ (que no es más que ‘King Lear’ en el mundo del hip-hop).
https://youtu.be/psC_YroI-U0
Lo que sucedió fue que el clip se volvió viral, Will Smith lo vio y, con el ego súper masajeado, decidió que el programa realmente se haría, con Cooper dirigiendo el episodio piloto. Pero este es un cuento de hadas con un final triste. El nuevo ‘Bel-Air’ es amarga y tediosa, con personajes chocantes; en suma, un reboot sin razón de existir.
Un tal Will Smith, adolescente arrogante y que se come el mundo a puños, se mete en problemas por defender a un amigo suyo de una estupidez, echándose de enemigo a un gangster de West Philly, uno de los barrios más bravos de Philadephia. Así pues, la madre, alarmada, lo manda apresuradamente a Los Ángeles para vivir con su tía, su tío y sus primos ricos después del incidente. Ese enfrentamiento con los malos del vecindario es mucho más grave que el que experimentó la encarnación anterior de Will, ya que involucra armas y la amenaza de ir a la cárcel, y cuando Will llega a Bel-Air, todos allí también son palabras mayores. El tío Phil ahora es un abogado apuesto y musculoso con la ambición de ser elegido fiscal de distrito y dueño de una mansión colosal en lugar de solo una casa bonita. La tía Viv es una artista y elegante socialité. La prima Hilary es una influencer de Instagram, porque aparentemente ahora hay una ley que dice que alguien en cada programa nuevo tiene que serlo, mientras que su hermano Carlton ha experimentado el cambio más profundo: en lugar del adorable bufón preppy de antaño, es un vórtice pseudo-shakespeariano de orgullo tóxico, pastillofilia, cocainomanía y una autoimagen fracturada que será la némesis de Will. Los demás personajes son estereotipos.
Dado que ‘Bel-Air’ ha optado por conservar la premisa, los nombres de los personajes y parte del título de ‘The Fresh Prince of Bel-Air’, las comparaciones son inevitables y no le hacen ningún favor: una de las innumerables propiedades mágicas del formato de comedia de situación es que tiene una habilidad particular para crear momentos dramáticos conmovedores, porque los espectadores se equivocan cuando la máscara de payaso cae repentinamente: en un episodio de la serie original de 1992, Will y Carlton son víctimas de la policía racista y en ese entonces fue algo fuerte, y sorprendente. Aquí ese tipo de subtramas son veredes, concentrándose más el melodrama en que Will no quiere ajustarse a la vida de rico y por todo hace berrinche y protesta “porque es un adolescente” (lo es, pero también es un idiota).
Con una hora por episodio y sin sentido del humor, ‘Bel-Air’ tiene todo el tiempo del mundo para crear un drama sobre la raza, la clase y la mayoría de edad, pero termina siendo una copia barata de su material original. La caracterización limitada no necesariamente importa en una comedia, pero sí en un drama: el propio Will, cuya insistencia en mantenerse al margen de la realidad en la que lo mete su impulsividad, lo hace insoportable; interpretado por el inquieto Jabari Banks, la nueva negativa de Will a adaptarse a su entorno lo convierte en una molesta caricatura de la obstinada ingratitud adolescente.
El mayor objetivo del drama es tomar la idea de una familia privilegiada que cuida a su pariente desfavorecido y usarla para examinar la culpabilidad de la clase alta negra. Pero debido a que los guiones nunca pueden resistirse a seguir el camino más fácil, el manejo de la política racial por parte del programa resulta rudimentario, particularmente cuando se presenta junto a series recientes que han cubierto un terreno similar, como la a veces odiosa ‘Dear White People’, la serie producida por Spike Lee ‘She’s Gotta Have It’ (basada en su película debut) o la más simpática y empática ‘Black-ish’.
Hay una (inescapable) escena en la que Will se enfurece (con razón) porque un estudiante blanco dice la palabra ‘nigger’, que es claramente un insulto racial imperdonable que ha sido rescatado por personas de raza negra, pero no puede ser utilizado por gente blanca, y otra en la que a Hilary se le ofrece un trabajo en una revista culinaria muy chic con la condición de que baje el tono de su negritud, y aunque el mensaje es importante ambas escenas se ven socavadas por la forma tan cruda en que están configuradas y la facilidad con la que se llega a la resolución políticamente correcta. Por supuesto, estos siguen siendo problemas reales y cualquier recordatorio de ellos es valioso, pero mientras que los programas recientes antes mencionados se sentían como si estuvieran impulsando el discurso y creando un drama desafiante en el trato, ‘Bel-Air’ no lo hace: resulta autocomplaciente y hasta onanista.
Tal vez esto se deba a que pretende llegar a un grupo demográfico más joven, como lo demuestra la forma en que el episodio dos saca a relucir las tramas familiares de un drama juvenil convencional al estilo de ‘Riverdale’. Pero es poco probable que eso funcione tampoco: anécdotas triviales como Will haciendo prueba para ingresar al equipo de baloncesto para ser aceptado en su escuela nueva de niños ricos, parecen puestas a posta, para dar pie a un discurso de auto-engrandecimiento o acaso a una reprimenda convencional. Por lo demás, los personajes no pasan de ser caricaturas (Olly Shotolan como una versión mezquina y perversa de Carlton, sin baile), aunque Coco Jones como la divertida y reinventada Hilary ofrece un respiro, pero no sirve de mucho: aquí no hay un personaje al que uno pueda decir: “me importas”.
‘El príncipe del rap’ era un sitcom barato y ramplón, sí, pero era un producto idóneo de su tiempo que sabía exactamente qué era y hacia dónde se dirigía. ‘Bel-Air’ no puede con el peso del recuerdo, cae mal y encima tiene un personaje principal que realmente no nos interesa porque es muy desagradable. En suma, no dejen que les gane el morbo o la nostalgia. No hay nada qué ver aquí.
‘Bel Air’ está disponible en la plataforma Star+