El expresidente de México, Luis Echeverría Álvarez, quien falleció el 8 de julio a los 100 años de edad, hizo de su residencia, en la colonia San Jerónimo Lídice, en la alcaldía La Magdalena Contreras, un templo en el que se venera a una sola figura: la suya propia.
Lo concibió desde que inició su campaña presidencial en 1970. Desde entonces, día a día, sin prisas, creó en su casa un santuario de la vanidad y el culto al ego.
No es metáfora. En el fondo de su hogar, ubicado en la calle Magnolia 131, existe una bodega que resguarda los miles de objetos que el pueblo le regaló y a los que sólo tienen acceso la familia, amigos cercanos e invitados especiales. Además, dedicó una habitación especial para archivar lo que la prensa oficialista publicó sobre su mandato.
Pedestal de oro
La bodega tiene estanterías de metal, en donde en el último medio siglo se han conservado los regalos más pequeños y perecederos, algunos de barro, yeso y papel, hasta otros más grandes y duraderos de madera, tela o vidrio.
Están acomodados, sin un orden específico, banderines, huipiles, sombreros de paja y bustos con su rostro. También platitos de porcelana, abanicos, calendarios, espejos, botones. Todo acomodado según como el candidato iba recibiendo los obsequios, durante esa campaña en la que, se dice, recorrió 55 mil 150 kilómetros de territorio nacional. Y después como mandatario.
En muchas de las cosas están inscritas las iniciales “LEA”, que en la época se leía en pancartas, carteles, bardas, y hasta en un cerro: La Caldera, que se ubica en el municipio de Los Reyes la Paz en el Estado de México, y que las generaciones más jóvenes pudieron ver en una de las escenas de la película Roma (2018) de Alfonso Cuarón.
Pasos más adelante, en otro estante, hay artesanías de yeso, madera y cobre. También fotografías, juguetes tradicionales y hasta mapas y escudos estatales, objetos todos que lo colocaron en un pedestal de oro del que ya nunca bajó. Una especie de coronación anticipada.
Con estas piezas comenzó la petrificación de Echeverría, quien había logrado llegar a lo más alto del poder político mexicano, tal y como lo soñó de niño, cuando jugaba a colocarse la banda presidencial, según relató alguna vez el escritor Ricardo Garibay.
Elogios de la prensa
Otro espacio en la residencia es una hemeroteca que luce impecable. Revestida de madera y acondicionada con libreros que van de piso a techo y mesas con vidrios biselados, es la materialización de su reinado, donde se atesoran todas las publicaciones que elogiaron su sexenio: periódicos, revistas y libros.
Las publicaciones están encuadernadas en piel y ordenadas meticulosamente por semanas y meses. A golpe de vista no se observa ninguna colección del semanario Proceso, surgido a finales de 1976, tras el golpe a Excélsior, dirigido por Julio Scherer García, ni de la revista ¿Por qué?, del periodista Mario Menéndez Rodríguez.
En la hemeroteca, que está adornada con esculturas que fueron regalos de embajadores y ministros, destacan algunas fotografías, todas en blanco y negro, donde aparece el priista acompañado por diplomáticos de diferentes países.
Sin la grandeza de antaño
Con un pasado glorioso, la residencia comenzó a resquebrajarse en los últimos años. Los tiempos de las reuniones con destacadas personalidades priistas fueron sustituidas por un ambiente solitario y decadente. Luce limpia, pero de ningún modo impecable.
Así se advertía en 2017, durante una visita diplomática, cuando Echeverría, entonces de 95 años, recibió a una comitiva de la Embajada China en México, encabezada entonces por Qiu Xiaoqi, a propósito del 45 aniversario del restablecimiento de las relaciones diplomáticas, el 14 de febrero de 1972.
En la reunión están presentes su hija María Esther Echeverría Zuno y dos de sus incondicionales: Jorge Nuño Jiménez, quien fuera su secretario particular, y que ha estado ligado al expresidente desde el 15 de diciembre de 1970, y Eugenio Anguiano Roch, primer embajador de México en China al reanudarse las relaciones diplomáticas.
La estancia para las visitas está adornada con algunos de los muchos obsequios que Echeverría recibió durante su sexenio. Hay jarrones de barro, esculturas de madera, figurillas de metal, floreros, y hasta un árbol de la vida de dos metros de altura. También hay una chimenea revestida con tabiques rojos, en la que cuelga una pintura de María Esther Zuno Arce (1924-1999), esposa de Echeverría.
El expresidente saca fuerzas de su pasado, ya que vive esclavizado a una silla de ruedas. En esta ocasión viste traje azul, camisa blanca, una corbata a rayas bien ceñida al cuello y sus característicos lentes de gota grande.
Un hombre de piedra listo para interpretar su mejor personaje: el del político arisco, de pocas palabras, que prefiere escuchar. En algún momento, cuando rememora su primer viaje a China como presidente, hasta bromea con su recordado lema: “¡Arriba y adelante!”.
No hicieron mella en él las acusaciones en su contra por orquestar la matanza de estudiantes en 1968 o por perpetrar el Halconazo de 1971. Por estos hechos, el exmandatario debió declarar en 2002. En 2006 se le dictó prisión domiciliaria acusado de genocidio, por la matanza de Tlatelolco, pero en 2009 fue exonerado de este cargo.
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Cuando concluye la breve visita diplomática, Echeverría se despide y su enfermero lo conduce al pie de unas escaleras para llevarlo a su recámara. Se hace ayudar de otro asistente para, entre los dos, cargarlo con todo y silla. Sufren en la maniobra de tal manera que lo suben de lado, mientras el expresidente se aferra como puede a su silla para no caer.
Es la imagen de un hombre quebrado. También las piedras se hacen polvo.