Nueva York en la Cuauhtémoc

La alcaldesa Sandra Cuevas borró los rótulos de los puestos fijos que se encuentran sobre las principales avenidas de esta alcaldía

Nueva York en la Cuauhtémoc

Al dicho oficial que la Ciudad de México es más segura que Nueva York, Sandra Cuevas, alcaldesa de la Cuauhtémoc, quiso confirmarlo y de inmediato tomó la biblia del rudo, rudísimo, Rudolph Giuliani, implementando su visión de “orden y disciplina para el mejoramiento de la imagen urbana”.

Al estilo del otrora alcalde de la ciudad de los rascacielos con su política administrativa de “las ventanas rotas”, con la cual cobró fama por tratar con “tolerancia cero”, entre otras cosas, al grafiti, y dando manga ancha a la gentrificación, el enajenamiento del espacio público para su comercialización, así como la videovigilancia, como base de la seguridad pública.

Así que Sandra Cuevas, alcaldesa surgida de las huestes del perredismo, pero ahora maquillada por el oropel del panismo, se dispuso a borrar los rótulos de los puestos fijos sobre las aceras de algunas de las principales avenidas de esta alcaldía, epicentro de la capital chilanga. ¡Y vaya tolvanera que ha levantado!

¿Es un dislate más de la alcaldesa que adhiere billetes a 500 pesos a globos y los lanza desde el piso de su oficina a sus opositores y quien estuvo a punto de perder el puesto por abofetear a policías? ¿Es una agresión para el patrimonio cultural de la Ciudad de México, al talento de rotulistas y grafiteros?

¿Es una restricción al disfrute y uso del espacio público? ¿O simplemente una maniobra política mediatizada, logrando enganchar a la comentocracia periodística, a los youtubers, istagrameros y twiteros zánganos dispuestos a comercializar cualquier nota con tal de adquirir likes?

En política, dicen, no hay casualidades, sólo pretextos simulados, muchas veces burdas, en la búsqueda de poder. Y la alcaldesa neopanista no es nueva en la palestra política. Surgió del comercio, como ella misma ha declarado, y es precisamente el comercio ambulante del perímetro del Centro Histórico y sus periferias, las agrupaciones que le dieron su apoyo para ganar la Cuauhtémoc.

Casualmente, estas agrupaciones, tan aguerridas y combativas, que a la menor provocación toman calles y desquician a la ciudad, han aceptado “con orden y disciplina” la decisión de que sus rótulos sean borrados para dar paso a una aséptica señalética oficial.

Digamos que el hecho es más una muestra de músculo social que una medida para poner orden, porque las chelerías y los puestos ambulantes cada día son más, en Tepito y La Lagunilla, por ejemplo. Además, en el reglamento de protección civil y la licencia de salud nunca se menciona que un rótulo o afiche puede ser causante de algún accidente o enfermedad, mientras no obstaculice el tránsito y sean un peligro para los transeúntes.

Sin embargo, la medida tiene otras aristas; primero, lanza una señal de poder de la alcaldesa que sí puede poner “orden” en una de las alcaldías con más problemas de delincuencia organizada y delitos del fuero común; que ella sí es capaz de cambiar la imagen caótica por una “limpia”.

Además, que puede garantizar a empresarios de todas las ramas, principalmente de servicios e inmobiliarios, un espacio público seguro, pulcro, televigilado, como Nueva York, que limita las libertades y el acceso a él, pero, sobre todo, colocarse en la esfera pública como una política de hechos.

El exalcalde neoyorkino, otrora abogado del estadounidense Donald Trump, asesoró al gobierno de la Ciudad de México entre 2002 y 2003. De su consultoría emanó el llamado “Plan Giuliani”, el cual señalaba, entre otras cosas:

“Los crímenes pequeños deben considerarse una prioridad. Acciones simples como respetar las señales de tráfico, hasta transformaciones de la ley que estipularan severas penas por drogas en zonas escolares libres de drogas [sic], eliminar la prostitución en las calles, unidades anti ruido y anti graffiti y por disminuir la economía informal de hombres que limpian parabrisas, niños callejeros que hacen trucos de magia por unos pesos y ‘franeleros’ que cuidan carros estacionados por unas monedas” (Friedsky, 2003). (https://www.redalyc.org/pdf/598/59825302.pdf).

Posterior a ese plan que constaba de 142 recomendaciones, las autoridades en turno cobraron relevancia a nivel nacional y tomaron acciones al dedillo. Por ejemplo, el Sistema de Transporte Colectivo Metro fundó la Unidad Antigrafiti, lo cual trajo como consecuencia que los vagones se llenarán de tags. Terminó convirtiéndose en Unidad Grafiti, por lo impopular que resultó y las consecuencias que tuvo.

Se creó la Autoridad del Centro Histórico, la cual anunciaba un plan integral para el polígono central de la capital. Contemplaba un programa económico-cultural que activaría residencias artísticas, galerías y espacios culturales, auspiciada por la Fundación Slim.

Funcionó unos dos años, después terminó apropiándose, mediante sus inmobiliarias, de los principales predios de la zona y convirtiendo calles como Madero, Juárez y Regina en antros, chelerías al aíre libre, tiendas de ropa y restaurantes de franquicias trasnacionales, invisibilizando museos y edificios de interés público e histórico, así como expulsando al comercio ambulante fijo y semifijo local.

Del proyecto cultural, sólo fue llamaradas de petate y todo quedó en una bonita utopía para la nostalgia. De esa acción no hubo comentocracia, agrupaciones artísticas, académicos o medios que señalarán el incumplimiento de dicho plan.

A cambio, la gentrificación avanzó por las calles aledañas, llegando a la colonia Juárez, Roma y Condesa; más tarde a La del Valle, Nápoles, Portales, expulsando a sus habitantes y sus comercios locales. Lo interesante es que el fenómeno territorial siempre va acompañado del arte urbano gentrificante, que lucha por tener los spots más visibles, y por tanto comerciales, para que su trabajo sea validado y reconocido, sin importar los estragos sociales generados.

Ante esta situación no ha aparecido ninguna red de artistas indignados, congregación de “neomuralistas”, diseñadores, académicos, articulistas, como lo han hecho en estas semanas, tampoco ante las adefecicas esculturas que se reproducen como por generación espontánea, (Ponzanelli, Andriacci, Sacal), en los principales espacios públicos de la llamada capital cultural iberoamericana.

Y mientras desde Palacio Nacional les recetan a diario su doble moral y conservadurismo, el periodismo y la comunidad cultural parecen estar dispuestos a confirmarlo, porque no existe un tuitazo o un “no me gusta” a favor del rescate de la obra de Germán Cueto, Helen Escobedo, José Chavez Morado, Daniel Manriquez, por mencionar algunos, atrapados entre ejes viales, farmacéuticas, unidades habitacionales.

También lee: Premian el corto animado La melodía torrencial en Montreal

Pero eso sí, no les toquen los ensambles-grafitis que lustran las colonias gentrificadas, mientras nadie reclama el bizarro gigantismo caricaturesco de calzada de Tlalpan o las regulaciones que otras alcaldías como Gustavo A. Madero, Tlalpan y Xochimilco también están llevando a cabo. Claro no son instagramiables o, por ignorancia, los opinólogos de las redes sociales no las conocen, o están lejos, quién va hasta allá, lo mejor es hacer un videíto y un tuiter desde el centro de la ciudad para mostrar su indignación.

La alcaldesa Sandra Cuevas tiró un anzuelo en un agitado mar mediático en el cual ella también picó en su propia caña, pero, ¿cuántos más cayeron en esa red? ¿Quién saca mejores dividendos? ¿Una alcaldesa que por sus “estrafalarias” decisiones cobra notoriedad o una comunidad cultural que no ha tenido la capacidad de defenderse de los atroces recortes presupuestales a la cultura? ¿Una comunidad que se siente ofendida y grita lamentosamente en las redes sociales ante su invisibilidad en la esfera de las decisiones de la política pública?

Por cierto, ¿en dónde se ha publicado la exposición que en estos momentos visitan (Tianguis de gráfica la Zurda)? ¿Qué periódico, red social, columnista, espacio radiofónico, abre sus espacios para mostrar el trabajo de decenas de artistas que incansablemente trabajan en talleres con sus propios recursos? ¿Dónde están los recursos para hacer publicaciones críticas? ¿Necesitan becas y convocatorias para que circulen y se impriman?

 

Mejor aún. ¿Dónde están las exposiciones oficiales y la promoción del arte gráfico que tanto lamenta “la comunidad artística” que ha sido borrado de puestos ambulantes, cuando murales enteros se caen a pedazos en mercados populares, así como obra pictórica y gráfica duermen un sueño opiaceo en bodegas institucionales? Una muestra más de la doble moral que tanto los acusan, pero tanta razón tienen.

Y sí, la Cuauhtémoc cada día más se parece a Nueva York, a ese Nueva York decadente de la década de los 70 y 80. Basta caminar por el eje 1 para encontrar a hondureños, haitianos, hombres y mujeres de ascendencia negra, pidiendo dinero, vendiendo dulces, llena de yonkies enganchados a la piedra, el fentanilo y el cristal, como los afroamericanos estuvieron al crack.

Mientras, en Tepito y las tiendas tecnológicas de Eje Central la mafia coreana se ha apoderado de bodegas y locales comerciales e inundan de ramen y música pop sus puestos. Y en la Roma, así como la Condesa, ingleses, estadounidenses, franceses, japoneses hablan en su idioma y observan como extranjeros a los chilangos ambulantes y aspiracionales de todos los días. Se dice que pronto se pedirá visa y pasaporte para poder rolar por esas calles.

 

Salir de la versión móvil