La novela negra, un antídoto contra la violencia

Tras el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) el país, de manera inaudita, llegó a niveles desmedidos de represión. Después de la matanza del 2 de octubre de 1968, con la cual se puso punto final a una cadena de violencia iniciada meses atrás, y con un nuevo gobierno al frente, todo parecía indicar que vendría una reconciliación social. Sin embargo, Luis Echeverría (1976-1982) se encargó de que no fuera así.

La década de 1970 estuvo marcada por fuertes represiones contra cualquiera que se atreviera a protestar: trabajadores, estudiantes, intelectuales. A menos de un año de su gobierno, el 10 de junio de 1971, ocurrió la matanza del Jueves de Corpus, también conocida como El Halconazo, esto debido a que fue un grupo de élite del Ejército Mexicano denominado “Los Halcones” quien llevó a cabo la cruenta represión contra los estudiantes.

La clase intelectual no la pasó mejor; era poco lo que se podía decir abiertamente. Como en cada época, la literatura fue la salida de emergencia. Si el escritor no puede decir lo que piensa, que lo digan sus personajes. Así fue como la novela policíaca mexicana tuvo en aquellos años un nuevo auge.

Es curioso, pero cada vez que al país le va mal, al género negro le va bien. Durante el sexenio de Luis Echeverría, en el que hubo una represión terrible, surgieron nombres como el de Paco Ignacio Taibo II, Juan Hernández Luna, Luis Spota. Es lo que se conoce como el neo-policiaco.

Lo peor es que esa violencia no tiene ninguna comparación con la que alcanzamos durante el gobierno de Felipe Calderón (2006-2012) y su mal llamada «guerra contra el narco». Se desataron los demonios y es el día que aún no es posible pacificar al país. Será un proceso largo

Decadencia y muerte

Secuestros, ejecuciones y venganzas marcaron el calderonismo. Todo este clima de inseguridad derivó en numerosos libros periodísticos que abordan el tema en ensayos, crónicas y reportajes. La ficción, por supuesto, también se vio influida por esta realidad. Muestra de ello son las novelas y cuentos de escritores como Élmer Mendoza, Rogelio Guedea, Yuri Herrera, Bernardo Fernández y Federico Haghenbeck, por mencionar algunos.

A esta vuelta de tuerca que se le ha dado al género, algunos la han bautizado como narco noir. Sus obras se caracterizan por ser poderosas, directas, demoledoras. Dueñas de un lenguaje mordaz, tienen como protagonistas a capos, traficantes, sicarios, periodistas, adictos. Todos inmersos en un ambiente decadente con escenarios inhóspitos y asfixiantes.

lenguaje mordaz

«El género policiaco será el que defina a la literatura mexicana en las últimas tres décadas. Y es que, en términos literarios, es lo que se está escribiendo ahora en nuestro país y lo que están leyendo de nosotros fuera de México», afirmaba Haghenbeck, quien falleciera hace poco más de un año, el 4 de abril de 2021.

«Si vamos a una librería y vemos las novedades, nos daremos cuenta de que la novela negra es el género que los autores están cultivando. En cuanto al extranjero, en Francia y Alemania nadie está leyendo de México otra cosa que no sea su novela negra».

El diablo me obligó

El mismo Haghenbeck es el mejor ejemplo de lo que dice: acaba de publicar El diablo me obligó (Suma de letras), una novela en la que reunió todas sus pasiones: las películas de Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, los cómics de Alan Moore y la música.

«Me traté de alejar de los cánones de la novela negra. El resultado es una obra libre y disfrutable en la que no exorcicé ningún demonio, fue puro gusto. Y es que para mí hay dos tipos de escritores: los que escriben con letras, que cuidan que esté muy bien estructurada la gramática, y los que escriben con imágenes. Yo soy de los segundos, quizá porque vengo de escribir cómics”.

El diablo me obligo -que inspiraría la serie de Netflix- cuenta la historia de Elvis Infante, un exconvicto que se mueve entre las peligrosas y decadentes calles de East Side, en Los Ángeles. Su forma de ganarse la vida es siendo diablero y sus clientes lo buscan para que capture demonios, querubines, ángeles caídos y demás seres sobrenaturales. A bordo de su destartalado Cadillac, patrulla las calles siempre preparado para un exorcismo de emergencia. Ahora está a punto de enfrentarse a un caso peligroso que pone en jaque su propia vida.

Para Haghenbeck, Los Ángeles es una ciudad con la que tiene una relación de amor-odio. «Es impersonal, fea, y donde es difícil establecer relaciones. Podría ser una franquicia del infierno pero que a la vez se llama Los Ángeles; es el corazón del cine, pero lo único que no se ve ahí es el glamour que se evoca en las pantallas», señala el también autor de Aliento a muerte y Trago amargo.

Realismo mágico sucio

Respecto al género policíaco, dice que prefiere llamarlo «realismo mágico sucio», que sirve como espejo roto para mostrar la realidad que se está viviendo o como una metáfora de la violencia. «Ahora, con esta nueva realidad que estamos viviendo, hay de nuevo un boom y hasta nuevas tendencias: el narco noir. Va a ser el género de las últimas tres décadas en México.

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«Pero más que como reflejo, la novela negra sirve como antídoto para el país. Como dice Taibo II: ‘Me gusta leer novela negra mexicana porque ahí sí ganan los buenos’. Ya nada más faltaba que en la literatura siguieran ganando los pinches malos”, finaliza.