Un serpentario encontró a una serpiente. Se abalanzó sobre ella y la hirió a picotazos.
– ¡No me pegues! -le dijo la serpiente-, todo el mundo dice que eres un pájaro venenoso; esa es una mala reputación. Y se debe a que te alimentas de serpientes. Si dejas de comernos, ya no tendrás nuestro veneno, y dejarás de tener mala fama.
– ¡Me das risa! -contestó el pájaro. ¡Ustedes, las serpientes, matan a los hombres mordiéndolos! Decir que yo corro peligro con los hombres, es una mentira. Yo me las como a ustedes para castigarlas por sus crímenes. Los hombres lo saben muy bien; ellos me alimentan para que yo los defienda contra ustedes.
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El hombre también sabe que mi carne y mis plumas están contaminadas y las usa para envenenar a sus semejantes; pero eso no es de mi incumbencia. Si el hombre mata con un arma, ¿es al arma o al hombre a quien hay que censurar? Yo no le deseo ningún mal al género humano. En cuanto a ustedes, viven escondidas en la hierba, reptando astutamente, listas para picar al primer hombre que encuentren. Es el destino quien te puso hoy día en mi camino. Tus falsos argumentos no te salvarán.
Dicho esto, el serpentario devoró a la serpiente.