El presidente Andrés Manuel López Obrador no sabrá gobernar, pero de lo que sí sabe es de campañas políticas, de estrategia, porque en ese terreno se siente cómodo. Así que él ya trabaja en la sucesión presidencial, aunque todavía tenga dudas de quién será su candidato. El tabasqueño está enfocado en desactivar a la oposición.
Aquí le contaba que en una mañanera fue el jefe del Ejecutivo el que destapó a más de 40 posibles aspirantes de los opositores. Algunos francamente no tienen posibilidad, pero les tiró el anzuelo y varios se engancharon, entre ellos el líder de los azules.
Así, el presidente juega con ellos. Los obliga a descubrir sus cartas, que son pobres, y luego todavía las machaca. Les recuerda sus fracasos y su corrupción que, por cierto, terminaron por abrirle la puerta a la 4T en 2018. Si los aliancistas no corrigen el rumbo corren el riesgo de repetir los patrones que los llevaron a fracasar en 2018 cuando Ricardo Anaya tomó al PAN por asalto, cerró los caminos a otros aspirantes, y se hizo de la candidatura aprovechando la circunstancia.
De tal suerte que Acción Nacional llegó roto a esos comicios, pues una de las que quería ser candidata era Margarita Zavala quien, junto con Felipe Calderón, se fue del partido para hacer el ridículo en una candidatura ciudadana.
Margarita Zavala renunció a sus aspiraciones, pero el mal estaba hecho, porque Anaya, candidato de la Coalición Por México al Frente, logró 12 millones 610 mil 120 votos, que representaron el 22.27%, frente al 53.19% de sufragios que obtuvo López Obrador, equivalente a 30 millones 113 mil 483 votos.
Mientras que el PRI, con José Antonio Meade, obtuvo 9 millones 289 mil 853 votos, cifra que representó el 16.40%. La corrupción del PRI en el gobierno de Enrique Peña Nieto, el hartazgo ciudadano y sus malos candidatos hicieron de López Obrador una aplanadora que ni sumando porcentajes le hubieran podido ganar.
En un contexto diferente y con los fracasos de la 4T parecería que los opositores se darían un festín, pero las cosas no les pintan nada bien. La unión entre el PAN y el PRI es antinatural, se han disuelto las fronteras ideológicas, se privilegia el pragmatismo de ganar y sacar a Morena del poder, pero eso implica enfrentarse con el presidente y aunque como opositores han tenido algunas victorias, como rechazar iniciativas en las Cámaras, todavía no son competitivos.
Varios que quieren ser candidatos ya han levantado la mano, pero Marko Cortés ya les dio un manotazo a Santiago Creel y a Lilly Téllez para que se pongan a juntar firmas.
Dicen los que saben que eso implica millones de pesos y distraer la atención de lo relevante: buscar al mejor candidato. Mientras que en la casa de enfrente no hay de otra, se llama Alejandro Moreno Cárdenas, quien se adueñó de los despojos priistas. Así que corren el riesgo de división, incluso antes de llegar a un proceso para designar a su candidato.
Pero todavía falta la prueba de fuego y esa se dará en las urnas el próximo domingo. Veremos cómo defiende Alejandra del Moral al último bastión del PRI que representa el Estado de México.
Las mediciones no la ponen como favorita y, de perder, no sólo estaría entregando la entidad a Delfina Gómez, a Morena y al presidente, sino que le estaría dando la posibilidad al PAN de alejarse del PRI o por lo menos de repensar la alianza con los tricolores, que representan muchos negativos para el 2024. Esa será la mejor prueba para saber si Va por México como alianza está fuerte, aunque eso no signifique que puedan competir contra López Obrador y su corcholata.
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En aquello de la sucesión presidencial, la oposición es un perro correteando su cola. No hay definición y la alianza se tambalea. Lo peor que les puede pasar es que López Obrador les ponga a su candidato y en una de esas se le cumple al tabasqueño… pero mejor ahí la dejamos.
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Hasta la próxima.