Soy artista, soy poeta… ¡bah!

El auto denominado artista que juzga sin conocer y aniquila jóvenes carreras, sólo sabe practicar un verdadero arte: el de las relaciones públicas

Soy artista, soy poeta… ¡bah!

Soy artista.
Soy escritor.
O mejor: soy poeta.
Hoy todos dicen ser lo que no son.

El auto denominado artista resulta que no sabe nada de la Historia del arte y, en consecuencia, no entiende nada de corrientes ni estilos. No pinta ni esboza. No comprende. Se le va el día meditando ese arte suyo que algún día (quién sabe cuándo) plasmará en un lienzo.

Al final, asegura, sorprenderá a todos con su inigualable destreza. Nunca sorprendió a nadie porque nunca hizo nada respetable. Ah, pero eso sí, no sale de las galerías, a donde va a practicar su verdadero arte: el de las relaciones públicas.

El escritor, que con su enorme talento no logra salir bien librado de sus laberintos sintácticos, juzga cuanta obra se le cruce por sus ojos. «Muy mediocre», sentencia. «¿Literatura mexicana? No, gracias, prefiero a los franceses». Despotrica por aquí y por allá. Juzga sin conocer y aniquila jóvenes carreras con sus reseñas ácidas (sin fundamento, claro) en distintos suplementos culturales.

De su propia obra se sabe poco. Lleva años hablando de esa novela suya que eclipsará todo lo escrito por Carlos Fuentes. ¡Qué digo Fuentes! ¡Quiten a Elizondo, Melo y Tario de los estantes, que ya viene mi obra!

Dice que se ha tardado demasiado porque no le llega la inspiración, que sus musas lo abandonaron y muchas tonterías más. Al final no escribió nada. Tampoco leyó nada más porque, asegura, ninguna obra merecía ser leída.

En este mundo nuestro hay mucha ansiedad por ser reconocido. Por pasar, por lo menos en sus círculos sociales, como lo que no son. Y la verdad que no les importa. Basta con el reconocimiento de los cercanos, lo demás son patrañas. Venga la presentación de mi nuevo libro. La nueva exposición. Las entrevistas con los reporteros de la fuente. Las tres cosas ocurren todos los días en Ciudad de México con tanta frecuencia como panes salen del horno.

Al final la verdad es una: el pintor, pinta; el escritor, escribe. Lo demás (las exhibiciones y las publicaciones) vendrán a su tiempo, sin prisas, si es que tienen que llegar. El oficio de alguien también llega. No es asunto de auto denominaciones.

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Por suerte, queda un consuelo: el tiempo pone todo en su justa dimensión. Algunas contadas obras se leerán por varias generaciones; las otras irán directa e irremediablemente a la trituradora de papel.

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